Hasta nuestros oídos llegan a diario numerosas historias, desde los chismorreos más variopintos de lo que ocurre y acontece en el vecindario hasta aquellas que el celuloide nos traslada a diario. ¿Se acuerdan de aquellas historias del Bronx o de violencia? ¿Y aquella historia verdadera que nos contó David Lynch en la que Richard Farmsworth montado a lomos de un cortacésped recorría de punta a punta los Estados Unidos? Pero poco tienen que ver estas historias y el cine con el breve de hoy. O no, “chi lo sa”.
Entre las historias de deformación más conocidas, aunque no llevadas al celuloide en forma de superproducción, está la del dios Príapo. El mito nos dice que Afrodita, al marchar “su esposo” Dionisio a una expedición a la India, ésta cedió a los abrazos del bello Adonis, con quien le fue infiel. Al regreso de Dionisio, Afrodita volvió a su lado, pero pronto tuvo que marchar a Lámpsaco para dar a luz al fruto de su infidelidad. Hera, esposa de Zeus, decepcionada ante la actitud mostrada por Afrodita con respecto al espinoso asunto, la tocó, y su poder hizo que diese a luz a un niño extremadamente feo y con unos genitales inusualmente grandes. Os conozco y sé que algunos estaréis pensando: “¡Bendita deformación, pasar a la historia como el dios mejor dotado de todos ellos! Y ahora es cuando nos va a hablar de deformaciones genitales”. Podría, pero no va a ser esta la ocasión. Ya se trató, aunque fuese vagamente, un trastorno que estaba relacionado con el tamaño de los genitales: el síndrome de Koro.
La deformación más conocida tras la del mítico Príapo es sin duda la sufrida por Joseph Merrick. Quizás por su nombre no lo conozcáis, pero la película que David Lynch realizó tratando semejante “aberración” de la naturaleza os sonará seguro: “el hombre elefante”. John Hurt encarnaba en esta ocasión a John Merrick (Lynch le cambió el nombre para homenajearle sin causar daño alguno a su memoria), un británico que habitó en el siglo XIX la capital inglesa y que estaba afectado por el síndrome de Proteus, lo que le valió ser exhibido en los “freak circus” de la época como si de un mono de feria se tratase, nunca peor dicho en este caso. Sea únicamente como curiosidad, me veo obligado a decir que el maquillaje que llevaba Hurt durante el rodaje se hizo a partir de un molde del cuerpo del propio Merrick, que se encuentra conservado en el museo privado del Hospital Real de Londres. No podemos imaginarnos lo que debe ser vivir con semejante deformación más que por las declaraciones del actor que lo encarnó, pues debido al peso de las prótesis implantadas en la cara y otras zonas del cuerpo, John Hurt constantemente acaba los rodajes acalambrado y padeciendo fuertes dolores de espalda, lo que le llevó a rodar en períodos de tiempo no superiores a la hora para evitar lesiones indeseables en el ejercicio de su trabajo.
El síndrome de Proteus es un complejo trastorno de sobrecrecimiento hamartomatoso muy poco frecuente, el cual se caracteriza por un sobrecrecimiento progresivo y desmesurado del esqueleto, la piel y/o el sistema nervioso central. Hasta la fecha, la medicina ha descrito unos 120 casos de enfermos de Proteus, aunque se estima una prevalencia algo menor a un caso por cada millón de recién nacidos. Los afectados por el Proteus muestran un sobrecrecimiento esquelético, el cual puede progresar rápidamente a etapas más graves debido a la calcificación irregular y distorsionada de los huesos largos de las extremidades. Unida a ésta, la segunda característica más llamativa es la aparición de hamartomas en la piel, los cuales presentan una llamativa forma cerebroide.
Los que sean asiduos lectores de mis breves, al oír hablar de hamartoma habrán pensado que esto se trata de un refrito. Tranquilos, que no se me han acabado aún las ideas. Este síndrome guarda estrecha relación con el síndrome de Cowden, no lo voy a negar, pero no voy a desarrollar cuál es la función del gen PTEN de nuevo. Al menos no tan en profundidad como en aquella ocasión.
El punto de partida podemos ponerlo hace aproximadamente unos 20 años, cuando Happle determinó que el síndrome de Proteus se trataba de una enfermedad mosaico. Se define como enfermedad mosaico a aquella en que algunas células de un mismo organismo, las cuales muestran una composición genética diferente a las restantes, desarrollan unas características exclusivas, como puede ser un sobrecrecimiento anormal y desmesurado en el caso del Proteus. En el año 2013, Lindhurst y sus colaboradores publicaron un estudio en la revista “The New England Journal of Medicine” en que determinaron efectivamente que la enfermedad de Proteus se debe a una mutación somática en mosaico, pero van un paso más allá. Queriendo caracterizar dónde se producía tal mutación, en varios pacientes afectados por el Proteus, tomaron muestras epiteliales de zonas afectadas por el síndrome y otras no afectadas con el ánimo de secuenciar su ADN y conocer las posibles diferencias existentes.
Lo primero que observaron fue que el síndrome de Proteus se debía a una mutación que activaba al protooncogen AKT1. Este gen codifica para una quinasa que está estrechamente implicada en los procesos de proliferación celular y apoptosis o muerte celular programada. Estudiando la secuencia de bases del gen AKT1, finalmente descubrieron que se debía a una mutación puntual en c.49 donde una guanina había sido sustituída por una adenina, lo que daba como resultado una proteína alterada e ineficaz en su funcionamiento, o quizás sería más correcto decir que esa mutación desencadenaba una sobreactivación de la quinasa AKT1, haciéndola trabajar “a marchas forzadas”. ¿En qué afecta la sobreexpresión de AKT1 a los pacientes de Proteus? Y lo más importante, ¿qué tiene que ver con la aparición de esos hamartomas de aspecto “cerebroide” fruto del crecimiento celular descontrolado?
El gen AKT1 como se expuso anteriormente es un protooncogen, un gen que promueve el crecimiento y la división celular. Si se encuentra mutado, el protooncogen se convierte en un oncogen, un “gen maligno” que acaba dando lugar una proliferación celular desmesurada, que conocemos comúnmente como cáncer. En ratones knockout totales o parciales para AKT1 (ratones a los que se les ha “silenciado” ese gen, dejándolo inoperativo) está bien establecido que la pérdida de su función incluye un retraso del crecimiento corporal así como del sistema nervioso central. Además, muestran un reducido calibre y número de capilares linfáticos, sanguíneos, etc…
Ya conocemos que el gen AKT1 muestra una elevada actividad en los casos de mutación, y sabemos hasta qué mutación se produce y en qué lugar concreto del gen, pero ésta no es la única forma en que el gen AKT1 puede sobreexpresarse. Se ha estudiado recientemente que el gen AKT1 se encuentra sobreexpresado en aquellos individuos en que se ha producido una mutación que ha provocado la pérdida de función del gen PTEN, como ocurre con los individuos afectados por el síndrome de Cowden, de ahí que algunos síntomas sean compartidos entre ambos síndromes, como la aparición de los hamartomas. Se conoce que ambos síndromes comparten unos desórdenes en común y que parecen estar relacionados con la ruta de señalización PI3K-AKT1.
Lamentablemente, todavía no conocemos con certeza cómo funciona esta ruta ni si hay otros genes que pudieran estar implicados en la misma, lo que es indiscutible es que gracias a extrapolar la teoría de redes complejas postulada por Jordano y Bascompte al área de la Genética, se están realizando novedosos y asombrosos descubrimientos. ¡Y los que vendrán!
Lo que venga de aquí en adelante será sin duda gracias a Joseph Merrick, quien primero fue expuesto como mono de feria para el disfrute de la burguesía acomodada británica y hoy día ha aceptado veladamente que a través de su cuerpo se resuelvan los misterios que esconde la enfermedad que tantos complejos le creó en la sociedad de la época en que le tocó vivir, para que otros no sufran lo que él sufrió (en lo anímico ni en lo físico). En nombre de la Ciencia y como muestra de reverencial admiración, no me cabe decir más que “THANK YOU, GUY. THANK YOU VERY MUCH”.