La historia de los jardines y la utilización de las plantas como elementos ornamentales está íntimamente ligada a la historia de la civilización humana y el desarrollo de las culturas. Así, muchos autores consideran que la evidencia más antigua de jardín se remontaría a Mesopotamia (hace aproximadamente unos 7.000 años), definiéndose estos protojardines como una serie de sistemas agrícolas sucesivos provistos de canalizaciones para el riego.
Jardines del Castillo de Villandry
No obstante, los primeros jardines verdaderos podemos encontrarlos en el Antiguo Egipto. Los jeroglíficos ya recogen desde el año 2.200 a.C aproximadamente el interés de los egipcios por estas composiciones vegetales, en cuyo interior ubicarían la vivienda. Este jardín es un lugar cerrado y acotado donde palmeras datileras (Phoenix dactylifera), higueras (Ficus carica), granados (Punica granatum) o vides (Vitis vinifera) sirven de sombra, sustento y elemento de contención frente al viento del desierto, existiendo además pequeñas fuentes o piscinas rectangulares que albergarían lotos azules (Nymphaea caerulea) y una vegetación de orla donde predominarían los papiros (Cyperus papyrus).
El diseño de estos primeros jardines sería muy geométrico (como casi toda la arquitectura egipcia de la época). Esta sencillez, sumada a la influencia de la civilización egipcia a lo largo de todo el arco mediterráneo, propició que esta concepción de jardín se extendiera a Siria, Persia y otras muchas partes de Occidente. Sin ir más lejos, a la postre serían los propios ciudadanos persas quienes concebirían los parques como lugares públicos, donde llegarían a desarrollar actividades de caza a modo de improvisado coto.
Es necesario a estas alturas hacer un inciso para aclarar un término. ¿Cuál es el origen de la palabra parque?
El origen etimológico del mismo parece deberse a una mala traducción griega de la palabra persa “pardes”, o lo que es lo mismo, el paraíso. Precisamente serían los griegos quienes fomentarían apenas unos siglos más tarde el desarrollo de los jardines como espacios públicos, convirtiéndose en foros para el debate filosófico. Y aunque sabemos que los griegos disfrutaban de “paraísos” privados, éstos eran destinados a finalidades prácticas y no estéticas.
Patio del Ciprés de la Sultana (Granada)
Sin embargo, si alguien se lleva la palma en materia de parques y jardines públicos, estos son los romanos. Durante el Imperio Romano se desarrolló el denominado arte topiario, o lo que es lo mismo, la práctica de jardinería consistente en dar formas artísticas a las plantas. Esos setos recortados en llamativas formas esféricas, cúbicas o prismáticas, son obra de los topiarius (literalmente, creadores de “lugares”) romanos. Las plantas típicamente utilizadas en la jardinería topiaria se caracterizan por ser especies perennes, de hojas pequeñas y que muestran un denso follaje así como hábitos de crecimiento compacto o columnar. Destacan entre otras el aligustre (Ligustrum jonandrum), el boj (Buxus sempervirens), el laurel (Laurus nobilis), el mirto (Myrtus communis) o el laurel cerezo (Prunus laurocerasus).
Con la caída del Imperio Romano, la horticultura en Occidente pasó a un segundo plano, hasta que casi un milenio después los franceses reavivaron su interés por la jardinería. Esto no quiere decir que los musulmanes no desarrollaran su propia idea de jardín, pero innovaron poco con respecto a la propuesta egipcia.
No obstante, es necesario puntualizar que los musulmanes disponían sus jardines siguiendo un modelo cruciforme, al entender que su civilización era la confluencia de cuatro ríos. Es común en los jardines de estilo árabe disponer por tanto de una gran fuente central alrededor de la cual se disponen los elementos vegetales, los cuales parecen custodiar espacios abiertos delimitados por tapias altas. Quizás el ejemplo más cercano a un jardín musulmán lo encontremos en el Patio de la Lindaraja o el Patio de la Acequia, ambos en La Alhambra de Granada.
Tras una sequía de casi mil años donde el ornato vegetal de lugares públicos apenas sufrió grandes modificaciones, llegamos al Renacimiento italiano, momento en que los paisajistas recuperan el arte topiario como método para crear parques y jardines públicos, al cual van añadiendo ligeras modificaciones. Las nuevas técnicas renacentistas alcanzarán un punto de inflexión en 1662, momento en que André Le Nôtre diseña los jardines del Palacio de Versalles y otorga a las plantas que lo conforman (principalmente bojes) formas piramidales, cónicas, esféricas, etc. Además, se añade una idea novedosa, el parterre: zonas cerradas y acotadas por setos recortados donde se daban lugar elaboradas composiciones florales para el uso y disfrute de las damas de la corte. Posteriormente, este modelo de jardín se exportó a Inglaterra.
Con la llegada de la industrialización y el incesante tráfico comercial transnacional establecido como consecuencia, los parques y jardines de todo el mundo fueron adquiriendo ideas y ejemplares arbóreos de aquí o allá. Pagodas, charcas y especies vegetales provenientes de lugares remotos se darán cita en nuestros espacios verdes urbanos. Es curiosamente en ciudades densamente pobladas donde la demanda de estos espacios verdes se intensifica, siendo inaugurados durante la segunda mitad del S. XIX Central Park en Nueva York y tan sólo unos años después, en Brooklyn, Prospect Park.
Como ven, los jardines que llenan de colorido nuestra ciudad son fruto del devenir histórico y de la implantación de uno o (más frecuentemente) varios estilos paisajísticos que se imbrican formando una estrecha malla. Sólo tenemos que observar con un poco de atención para ser capaces de reconocer las aportaciones de las diferentes civilizaciones o sociedades a la confección de los espacios verdes públicos que hoy encontramos a lo largo y ancho del planeta Tierra.