El proceso de polinización en plantas es un valioso servicio natural que proporciona una amplia variedad de beneficios como resultado, que pueden variar desde alimentos ricos en fibra, medicinas derivadas de plantas, diversidad genética y resiliencia (capacidad de adaptación) a los ecosistemas. Sin embargo, el continuo descenso de insectos polinizadores, tanto a nivel local como regional, está afectando severamente a la accesibilidad de ciertos alimentos y al desarrollo económico, particularmente al de aquellos países donde la agricultura es su principal sustento. Se estima que más de un tercio de la producción de alimentos depende de la polinización por insectos, incrementando hasta el 75% para el caso de frutas y hortalizas.
Este cambio de paradigma se debe a la creciente aparición de enfermedades (bacterianas, fúngicas y víricas) y/o a la aplicación de compuestos sobre el medio, como los pesticidas; que están diezmando a dichas poblaciones y que desequilibran la balanza hacia métodos de autopolinización. A consecuencia de esto, se genera una disminución de la variabilidad genética y se pone freno al mecanismo evolutivo.
Por ello, este artículo va dirigido especialmente al papel aportado por el himenóptero conocido como Apis mellifera, una especie de abeja polinizadora responsable de la expansión y desarrollo de gran parte de la flora global; así como de influir en la reproducción sexual de las plantas al actuar como transportadoras de polen junto a otras especies de abejorros, moscas o mariposas.
Las abejas forman comunidades eusociales, es decir, viven de forma gregaria donde los adultos cuidan de las crías; y la colonia está dividida en la casta reproductora (real) y la casta no reproductora (obrera). Ésta última, está constituida por los individuos encargados de la recolección de néctar y polen necesario para alimentación propia y de la colmena. De manera indirecta, también se comportan como polinizadores al transportar los granos de polen desde las anteras de una flor hasta el estigma de otra, dando lugar a una fecundación cruzada y facilitando la variabilidad genética de la descendencia.
Al ser la agricultura un fuerte pilar en la economía mundial, no ha pasado desapercibida la caída masiva en el número de abejas a causa del cambio climático, reducción de sus hábitats o invasión biológica de otras especies. Tales motivos, acaban por romper el equilibrio ecológico establecido por las asociaciones simbióticas planta-insecto, así como las interacciones entre el medio biótico y abiótico que intervienen en el desarrollo de la flora. Ésto ha llevado a la creciente demanda de estudios dedicados a la paliación de dichos problemas o reducción de los riesgos ecológicos.
Cabe destacar aquellos destinados al tratamiento de la especie Nosema ceranae, correspondiente a la clase Microsporidia. Dentro de esta clase, se engloban parásitos intracelulares de insectos, principalmente de abejas, cuyo ciclo intracelular dura alrededor de 3 días y necesitan solamente 8 días para provocar la muerte del individuo. Datos alarmantes que informan de su alto potencial patológico sobre el organismo huésped.
Durante la infección de las células epiteliales del intestino a causa de la ingesta de las esporas de este hongo, la etapa temprana de N. ceranae se caracteriza por la formación de un plasmodio merogonial1 que, debido a su rápida multiplicación, causa el aumento de tamaño dentro de la célula hospedadora. Éste presenta la capacidad de interrumpir el metabolismo proteico, originar estrés energético y afectar a la defensa llevada a cabo por los antioxidantes. Además, su infección origina la pérdida de la estructura y función de la glándula hipofaríngea encargada de secretar los principales componentes de la jalea real y los alimentos de las larvas.
Inevitablemente, la salud de la colonia se ve deteriorada ante la pérdida de la capacidad de nutrirse y proporcionar proteínas, lípidos y vitaminas contenidos en el polen, a los especímenes más jóvenes. Macronutrientes vitales para el crecimiento, funcionamiento y supervivencia de cualquier insecto.
El ascenso continuado de la temperatura media del planeta ha facilitado que este hongo (típico de climas cálidos) encuentre nuevos territorios con las condiciones necesarias para su asentamiento y refugio en hospedadores vulnerables, como las abejas de la especie Apis mellifera. Es decir, el cambio del clima ha sido un factor destacable en la distribución y virulencia de Nosema ceranae.
Por otro lado, la rápida y reciente aparición de este hongo en las poblaciones de abejas de la miel, ha provocado que la relación huésped-parásito no esté consolidada ni moldeada por la selección natural. Hecho que podría llevar a la erradicación local de Apis mellifera.
Si la supervivencia de los ecosistemas se basa en las interacciones que tienen lugar en el medio, la pérdida del principal causante de la diversidad de plantas por la presencia de este hongo supondría la aparición de vastas extensiones de tierras compuestas por clones de diferentes vegetales, ya que no existiría recombinación de genes con otras plantas de la misma especie.
Sin embargo, la conservación de las colonias de abejas garantiza que las generaciones de plantas venideras crezcan más y presenten flores con mayor tamaño y reflexión ultravioleta, al favorecer la transmisión y potenciación de estos caracteres; respecto a otros polinizadores como hormigas o sírfidos2.
En resumen, la viabilidad de las plantas depende del pequeño engranaje constituido por las abejas para poder llevar a cabo la reproducción sexual, y ser capaz de subsistir ante la acción de la selección natural. Aunque la aparición de patógenos, como el ya explicado, ponen en peligro el funcionamiento de la cadena ecosistémica.