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La salud humana vista desde las Ciencias de la Tierra

La salud humana vista desde las Ciencias de la Tierra

A pesar de que no siempre le prestamos atención, la realidad geológica del medio en el que habitamos influye de muchas formas en nuestra salud. La forma más evidente es que, desde nuestra dieta, necesitamos sales minerales para el funcionamiento de nuestro organismo, y elementos como el calcio o el fósforo constituyen el mineral del hueso (la hidroxiapatita) que calcifica nuestros cartílagos al crecer. Muchas vitaminas y proteínas, asimismo, necesitan metales para funcionar, como el cobalto (vitamina B12) o el hierro (hemoglobina y mioglobina). Los impulsos eléctricos de nuestro sistema nervioso están basados en el trasvase de iones inorgánicos a través de las membranas neuronales. No obstante, cabe indicar que algunos de estos elementos pueden ser dañinos en dosis elevadas; otros elementos, por otro lado, son tan tóxicos que pueden perjudicar a nuestra salud aun en dosis pequeñas.

Mascarilla de arcilla bentonita, utilizada en cosmética para limpiar la piel

Mascarilla de arcilla bentonita, utilizada en cosmética para limpiar la piel

La mayoría de efectos nocivos a los que se enfrentan los seres humanos se derivan de la exposición de determinados materiales geológicos como consecuencia de su inhalación. Ejemplo de ello son las enfermedades causadas por inhalación prolongada de polvo de sílice (silicosis), a lo que se exponen muchos mineros y manipuladores de materiales cerámicos. Debido a que el polvo de sílice no puede ser destruido por los macrófagos del pulmón, estas células defensivas acaban rompiéndose y liberando al tejido pulmonar enzimas digestivas que lesionan e inflaman el órgano, conduciendo a su fibrosis e inutilización.

Un efecto similar lo produce la inhalación del asbesto, un grupo de variedades de serpentinitas (filosilicatos) y anfíboles (inosilicatos) que se deshacen con mucha facilidad en fibras sedosas que pueden ser transportadas por el aire. La inhalación de estas partículas se ha relacionado significativamente, además de con fibrosis pulmonar, con el desarrollo de cáncer de pulmón y mesoteliomas. El mecanismo carcinogénico es todavía motivo de estudio, pero se sabe que se liberan radicales libres en la superficie de las fibras (pudiendo, así, dañar el ADN) y que aquellas partículas más finas y largas pueden bloquear la citocinesis durante la división celular.

Fibras de asbesto expuestas en el Museo de Historia Natural de Londres.

Fibras de asbesto expuestas en el Museo de Historia Natural de Londres.

Por ello, aunque debido a sus muchas propiedades tecnológicas el asbesto ha contado con más de tres mil usos (desde la fabricación de telas ignífugas y aislantes hasta tejados y piezas de coche), hoy en día, la mayoría de países prohíben su explotación y/o uso. En el 2001, se prohibió totalmente en nuestro país, aunque la mayoría de edificios construidos entre 1965 y 1984 lo contienen, estimándose todavía unas tres millones de toneladas de asbesto repartidas por el territorio nacional. ¿Por qué no se eliminan ahora? Porque, aparte de lo costoso del proceso, se sabe que, salvo que sufra modificación, el asbesto de los edificios apenas suelta partículas (que sí podrían desprenderse durante una incorrecta eliminación).

Un caso de mayor alarma mediática en nuestros días es el del radón, un gas noble cuya inhalación se encuentra entre una de las principales causas de cáncer de pulmón. Rocas como los granitos y granodioritas figuran entre los materiales que emiten mayores concentraciones de gas radón debido a la descomposición radioactiva de elementos como el radio, el uranio y el torio, incluidos en su composición. En algunas regiones de la Península Ibérica, como Galicia y la sierra de Guadarrama, el granito es el sustrato geológico principal, de forma que el radón es ubicuo. No obstante, tampoco supone peligro si se toman las medidas de higiene adecuadas: en el exterior, el efecto de este gas es inocuo; el riesgo se incrementa con su acumulación en espacios cerrados sin ventilación por encima de ciertos límites.

Asimismo, algunas sustancias de origen mineral no causan daño sólo por inhalación, sino también por contacto con la piel. El ejemplo más claro de ello es la intoxicación por mercurio o plomo. Estos elementos han tenido, igualmente, muchas aplicaciones, y conduciendo a quienes lo manipularon de forma rutinaria y con pocas precauciones a multitud de enfermedades neurológicas, renales y digestivas. Los mecanismos de acción del envenenamiento todavía se están investigando debido a que todas sus formas son muy reactivas y causan estragos en múltiples partes del organismo, pero se sabe, por ejemplo, que el mercurio inhibe la formación de mielina en el sistema nervioso (una sustancia que facilita la conducción de impulsos nerviosos) y que el plomo bloquea la síntesis de hemoglobina en la sangre (reduciendo los niveles de oxígeno disponible en el cuerpo y, con ello, provocando daños neuronales irreversibles). En las últimas décadas, además, han causado alerta por su presencia en aguas potables (debido a que el plomo se usaba en tuberías) y su acumulación en nuestros alimentos. Dicha acumulación se debe a que estos elementos tienden a incrementar su concentración en los eslabones más altos de las redes tróficas, debido a que dañan también el sistema excretor y no se eliminan con facilidad del cuerpo (de ahí que se desaconseje el consumo asiduo de grandes depredadores). En conclusión, la composición geoquímica del terreno donde crezcan nuestros cultivos y se alimente nuestro ganado o los contaminantes presentes en los mares donde pesquemos afectarán directamente a nuestra nutrición y, por tanto, nuestra salud.

Pero, vistos estos efectos negativos, cabe preguntarse: ¿existen minerales con propiedades curativas? Ello es algo que aún a día de hoy no deja de estar bajo estudio. El más importante es el uso cosmético y medicinal de las arcillas, vinculado a numerosas culturas desde la Edad Antigua. Por lo general, éstas se han venido utilizando externamente a modo de cataplasmas o mascarillas sobre la piel, y muchos balnearios ofrecen actualmente “baños de barro”, sosteniendo que las finas partículas de la arcilla, sumado a su capacidad de absorción de agua y de retención de calor y cationes (incluidos, metales pesados y elementos radioactivos) son beneficiosas para la limpieza de la piel.

Sin embargo, cabe poner atención en que la capacidad de adsorción catiónica de las arcillas varía en función del pH y que prácticas tan extrañas pero antiguamente arraigadas como la geofagia (ingestión de la propia arcilla) pueden suponer un verdadero riesgo para la salud. Esto radica en tanto que el pH ácido del estómago libera y pone a disposición del organismo todos los elementos traza con potencial toxicológico que, en la naturaleza, retienen los suelos arcillosos. Si la arcilla se consume con la intención de “depurar el organismo” de esas sustancias tóxicas acumuladas, el efecto es irónicamente el contrario. Algunas investigaciones han comprobado, además, que la piel también puede absorber y transportar hasta el torrente sanguíneo sustancias inorgánicas adjuntas a las arcillas, como el plomo, de ahí la necesidad de hacer estudios previos sobre la composición mineral. Por tanto, a pesar de que su uso se encuentra arraigado culturalmente, no podemos obviar el hecho de que la aplicación de sustancias minerales conlleva riesgos (especialmente, si su uso es excesivo) y de que, en algunos casos, puede que sus efectos en el organismo no trasciendan más allá del efecto placebo. Existen, así, una serie de suposiciones acerca de la arcilla respecto de sus “propiedades curativas” que, como otros campos usados en determinadas terapias, no cuentan con aval científico e incluso pueden suponer un riesgo añadido por un uso irresponsable.

Con todo, determinadas arcillas, como las esmectitas ricas en hierro, sí han demostrado tener propiedades químicas antibacterianas que están siendo actualmente investigadas. La intoxicación pH-dependiente de metales o el comportamiento quelante de oligoelementos solubilizados derivados de estas mezclas minerales resultan prometedores en la búsqueda de nuevas formas de combatir infecciones en tiempos donde la resistencia a antibióticos se está convirtiendo en un urgente problema de candente actualidad.

Como conclusión transversal, podemos ver que en el campo de la salud existen numerosos mitos, tanto alarmas innecesarias como atribuciones curativas tradicionales poco contrastadas; en cualquier caso, el conocimiento científico derivado de una investigación responsable es el que determina qué nos conviene para no dañar nuestra salud: dejar de utilizar los asbestos y no manipular de forma insegura sus formas estables; evitar la alarma social con el radón en base a sencillas medidas de higiene del aire; considerar la importancia del estudio de la composición del entorno y los efectos de la contaminación sobre éste; saber qué se puede y qué no se puede esperar de un tratamiento terapéutico con arcillas, así como el saber que no todas las arcillas son igual de seguras (ni siquiera, algunas comerciales) y cómo y cuánto se deben utilizar. La mayoría de efectos dañinos citados aquí se deben a una exposición prolongada por malas condiciones laborales o desconocimiento, y es responsabilidad de profesionales y consumidores hacerse cargo de ello y continuar investigando, pues, como es sabido, es mejor prevenir que curar y cuanto más sabemos, mejores decisiones podemos tomar.


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Autor Juan Encina Santiso

Profesor de ciencias, graduado en Biología por la Universidad de Coruña y Máster en Profesorado de Educación Secundaria por la Universidad Pablo de Olavide. Colabora en proyectos de divulgación científica desde 2013 como redactor, editor, animador de talleres para estudiantes y ponente. Actualmente, estudia Psicología por la UNED.


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