Imagínate que un día cualquiera sales con tu barquita a dar una vuelta por el mar y, en medio de tu abstracción, te das cuenta que te has perdido. Todo lo que ves a la deriva es una pequeña isla… ¿A quién no le ha pasado esto alguna vez, verdad?
Con pocas más alternativas, te diriges a la pequeña isla para comenzar tu nueva vida al lado de una pelota de volleyball que casualmente tienes en tu barca, al más puro estilo Cast Away (Náufrago). En estos casos lo primero que se te viene a la cabeza son resolver tres potenciales problemas, ¿dónde voy a dormir? ¿Qué voy a comer? Y, ¿qué voy a beber?
Mientras te dejo dilucidar acerca de las dos primeras preguntas, te voy a dar un consejo para la tercera: ni se te ocurra beber agua de mar. El agua de mar, a diferencia de la que tomamos a diario, posee una elevadísima cantidad de iones disueltos cuya concentración es potencialmente peligrosa para la salud.
Antes de entrar en materia, ¿conocéis el concepto “agua dura”? Es lo opuesto a lo que te venden las botellas de agua, se trata de agua con una alta mineralización, sobretodo de carbonato cálcico. En muchas ciudades el agua de grifo contiene de por sí una elevada cantidad de iones minerales que pueden provocar algunos problemas, como piedras en el riñón; pero ni la más mineralizada de esas aguas se compara a la del mar. Entendido esto, te introduzco al concepto de conductividad. Se trata de una medida que estima la cantidad total de sales o iones disueltos en el agua y se mide en conductancia por unidad de superficie (µS/cm).
Para que te hagas una idea, según la evaluación sobre la cantidad máxima de mineralización del agua de grifo en España (2011), la conductividad media del agua era de 55 – 365 µS/cm; por debajo del límite recomendado de 800 µS/cm según la Organización Mundial de la Salud. Si analizamos la conductividad del océano Atlántico se observa que el agua tiene 43.000 µS/cm, ¡más de 100 veces el agua de grifo en España!
Si juntamos estos dos conceptos te puedes hacer una idea de la cantidad de sales que se encuentran disueltas en el mar en comparación con la que bebemos habitualmente. Como se ve en la tabla, encontramos una amplia variedad de iones, cuyos concentraciones difieren mucho en proporción a los del agua del río Rin (que usaré como referencia de “agua dulce”). Los niveles de sodio y cloro son muy bajos en el río, pues hay poco NaCl disuelto (sal común), pero elevados en bicarbonatos y calcio.
Pero, ¿qué efectos tiene estas concentraciones en nuestro organismo? Primero, hablemos de la sal en general. El exceso de sal se elimina de nuestro organismo gracias a los riñones, por lo que, para deshacerte de toda esa sal, necesitarás expulsar en la orina más agua de la que bebiste, provocando en corto plazo deshidratación. La sal está compuesta de sodio (Na+) y cloro (Cl-), pero solo el primero provoca problemas como la osteoporosis, enfermedades de los riñones e hipertensión, pudiendo derivar en ataques cardíacos. Por otro lado tenemos el potasio, magnesio y calcio, que en su conjunto afectan o potencian los efectos previamente comentados, especialmente disminución en la densidad ósea y piedras de riñón.
Pero antes de sembrar el pánico, lo que te he contado aquí sólo se aplica a un consumo considerable de agua salada a lo largo del tiempo, no te va a ocurrir nada porque tragues agua de mar la próxima vez que vayas a la playa. Como consejo final, y respondiendo a la pregunta inicial, si te encuentras en una isla con cocoteros (un clásico cinematográfico), lo mejor es beber agua de coco, te sacia la sed, te da de comer y no te provoca los problemas del agua salada.