El cambio climático ya es un hecho innegable para la sociedad. El planeta ha estado sufriendo un calentamiento progresivo durante los últimos años, donde cada vez son más frecuentes las olas de calor veraniegas y en las que regiones como España, Italia o Portugal, alcanzan sin problema los 48° C. Además del aumento de las temperaturas medias del aire y los océanos, el deshielo de los glaciares es una de sus evidencias más visibles y llamativas. Tan sólo hace falta introducir un cubito de hielo en un vaso de agua tibia y observar como éste se derrite, consecuencia de la transmisión de calor desde el cuerpo más caliente (agua líquida) hasta el cuerpo más frío (hielo), siguiendo las Leyes de la Termodinámica.
En el Ártico, la temperatura ha subido el doble de la media en el resto del planeta. Se ha estimado que sólo Groenlandia pierde alrededor de 240 km3 de hielo al año. También los glaciares continentales están sufriendo las consecuencias de este calentamiento global. Este fenómeno lleva afectando desde la década de los 80 a prácticamente todas las regiones del planeta, desde los trópicos hasta los polos, pasando por las latitudes medias. Por ejemplo, en los últimos 150 años, los glaciares alpinos perdieron más de las dos terceras partes del total de su territorio. Sin embargo, hay veces que para sorpresa de la comunidad científica, este deshielo de los glaciares deja al descubierto verdaderos hallazgos: cuerpos momificados hace miles de años.
Aunque a muchos la imagen de una momia podría transportarles directamente al más Antiguo Egipto de los faraones, lo cierto es que se conservan cuerpos momificados encontrados en lugares muy diversos procedentes de casi todas las culturas y épocas históricas.
Una momia podría ser definida como un cuerpo humano, o incluso animal, que se ha conservado a través del tiempo, bien mediante técnicas de embalsamamiento o por causas naturales (sequedad extrema, frío o calor intenso, ausencia de oxígeno, etc.). De ambas maneras, lo que se consigue es una desecación del cuerpo por evaporación del agua de los tejidos, impidiendo así la proliferación de los microorganismos encargados de la descomposición. En el caso de las momias encontradas en los glaciares, el proceso de momificación es ciertamente diferente, ya que el agua no se evapora, sino que se congela como consecuencia de un frío muy intenso. El rango de temperatura óptimo para este tipo de conservación oscila entre los -4° C y los -18° C, condición que suspende cualquier actividad enzimática o bacteriana. Asimismo, esta temperatura debe ser constante, ya que, una vez iniciado el proceso de descongelación, la putrefacción de los tejidos es extremadamente rápida.
Bajo la nieve de Peio, localidad situada en los Alpes italianos, el deshielo de los glaciares Presena y Ortles-Cevedale, dejó al descubierto en 2.004 los cuerpos momificados de tres soldados austriacos de la Primera Guerra Mundial. Según explicó a la prensa su descubridor Maurizio Vicenzi, guía de montaña y director del Museo de la Guerra de Peio, los soldados estaban situados a 3.600 metros de altura en una pared de hielo próxima al pico San Matteo, en Ortles-Cevedale. Ninguno de los tres estaba armado y por las vendas que aparecieron en sus bolsillos, la hipótesis más aceptada es que fuesen camilleros que murieron en la famosa batalla de San Matteo de 1.918. A partir de entonces, ya son más de 80 momias las que han salido a la luz en esta misma zona.
Lyuba, la cría de mamut, en el Museo de Historia Natural de Londres.
Algunos animales también han sido hallados en el hielo de los glaciares. Uno de estos casos es el de “Lyuba”, una cría de mamut descubierta en 2.007 en la península rusa de Yamal. Según los expertos, el prehistórico animal tendría alrededor de un mes y murió hace más de 40.000 años. Con 85 cm de ancho, 130 cm de alto y preservando por primera vez todos los órganos internos, se ha convertido en el mamut más completo y mejor conservado hasta el día de hoy. Aunque un descubrimiento de este tipo es poco frecuente, no es el único, ya que un año después fue encontrado “Khroma” al noreste de Siberia, a orillas del río del mismo nombre. Tal y como revela la columna vertebral fracturada vista en la tomografía computarizada, así como el barro inhalado observado durante la necropsia, esta cría de paquidermo se cree que murió ahogada de manera accidental con tan sólo dos meses de edad.
Pero si hay una momia relevante para el mundo científico, esa es Ötzi. Conocido como “el hombre de hielo”, Ötzi fue encontrado por una pareja de excursionistas en 1.991 en los Alpes de Ötztal, en la frontera entre Austria e Italia. Su buen estado de conservación, ha hecho que se convierta en la momia más estudiada de Europa. Junto a este hombre, perteneciente a la Edad del Cobre, fueron encontrados un hacha de cobre, un cuchillo de pedernal, un arco o un carcaj lleno de flechas, así como numerosas prendas de vestir fabricadas con materiales autóctonos. Ötzi tenía signos de haber padecido artritis, caries o la enfermedad de Lyme, además de contener restos de parásitos intestinales. Quizá una de las mayores curiosidades de esta momia puedan ser los tatuajes de su piel, grupos de tres o cuatro líneas paralelas hallados en las muñecas, piernas y en la zona lumbar. Radiografías hechas a la momia permitieron a los investigadores conocer la correlación entre las partes del cuerpo más afectadas por la artritis y las zonas tatuadas, determinando por lo tanto que podrían haber sido realizados con una función curativa. Una punta de flecha alojada en el pulmón izquierdo descubierta en un TAC, además de contusiones y varios cortes defensivos en las manos, indican, según los expertos, que Ötzi fue asesinado y la causa de la muerte fue asfixia o desangramiento. Estas pruebas posiblemente convierten la muerte de Ötzi en unos de los crímenes conocidos más antiguos de la historia.