A raíz de la pandemia y el confinamiento que trajo consigo la misma, han sido varias las ocasiones en que nos hemos visto sorprendidos por fenómenos de la naturaleza, ya sea porque la ausencia de gente ha despertado en los demás seres vivos comportamientos a los que no nos tienen acostumbrados, o bien por la cantidad de tiempo que hemos tenido para observarla.
Es el caso de las “mareas bioluminiscentes”, de origen natural y producidas generalmente por microalgas de la especie Noctiluca scintillans, que de día tiñen las aguas de color rojo mientras que por la noche iluminan el océano, y que, por aumento de luces artificiales cerca de la costa, habíamos dejado de ver.
Medusa bioluminiscente.
La bioluminiscencia se produce generalmente como consecuencia de una reacción química en la que interviene una enzima denominada luciferasa, que oxida a una molécula (luciferina), transformando la energía química en agua y luz.
Este mecanismo puede tener muchas finalidades: mientras que algunas pueden usarlo como camuflaje, otras lo pueden emplear para ahuyentar o confundir a posibles depredadores, o para atraer a potenciales presas, así como con fines reproductivos. En el caso de los microorganismos, es muy utilizado como mecanismo de defensa. Es por ello por lo que se iluminan las olas al chocar contra las rocas: los microorganismos que viajan en ellas se “encienden” como consecuencia del impacto, pensando que se trata del ataque de un posible depredador, y encendiéndose atraerían a otro animal que se lo pueda comer y les libre de la amenaza.
El fenómeno de la bioluminiscencia, limitado en la vida terrestre pero muy común en la vida marina, no sólo es producido por algas, sino que son muchas las especies que cuentan con este mecanismo, entre las cuales se incluyen bacterias, dinoflagelados, hongos, cnidarios, anélidos, moluscos, artrópodos, equinodermos y peces, entre muchos otros. Uno de los aspectos más curiosos de este mecanismo es precisamente eso: se trata de una evolución convergente que ha surgido en al menos 40 ocasiones de manera paralela en especies de lo más dispares, a lo largo de toda la historia de la vida. En las zonas más profundas del océano, donde la oscuridad es casi absoluta, debe tratarse de una adaptación muy ventajosa, por lo que se estima que más de las tres cuartas partes de las especies animales que allí habitan pueden producir luz.
El caso de los cnidarios (medusas) es otro de los más conocidos. Dentro de este grupo, encontramos el curioso caso de Pelagia noctiluca, donde la bioluminiscencia, al contrario de lo que ocurre en la gran mayoría de las especies y de lo que se explicaba previamente, no está causada por la luciferasa. El brillo de esta medusa es debido a la presencia de unas células especializadas, denominadas fotocitos, que se sitúan por el borde de la umbrela y la base de los tentáculos. Este tipo de bioluminiscencia es extracelular: los fotocitos son de tipo secretor, es decir, liberan un mucus luminoso de larga duración al exterior.
Pero no sólo los animales más “simples” cuentan con esta habilidad de producir luz.
En el grupo de los gasterópodos tenemos el caso del calamar luciérnaga, que tiene esta habilidad gracias a los fotóforos, unos órganos especializados en la punta de sus tentáculos. Esta especie es muy valorada en la bahía de Toyama (Japón), no sólo por el espectáculo visual que supone cuando, entre los meses de marzo y junio, sube a la superficie a reproducirse y llena las aguas de luz, sino por la importancia que también tiene en la industria pesquera y la cocina local. Todos estos factores han llevado a esta especie a tener su propio museo en la ciudad de Tomaya.
En el grupo de los peces, el caso más conocido es el pez linterna, el cual habita en las zonas más oscuras del océano y posee sobre su cabeza un órgano denominado vela que proyecta luz, con el cual atrae a las presas a las que espera con la boca abierta.
Los peces ojos de linterna, por su parte, poseen un órgano luminoso situado debajo del ojo, emiten luz por la simbiosis con bacterias bioluminiscentes en la piel. Esta especie utiliza esta propiedad para organizar y controlar la dirección y movimiento de los bancos de peces.
Carocho o tiburón cometa, Dalatias licha (Mallefet et al., 2021)
Pero uno de los casos más llamativos dentro de este grupo, es, sin duda, el hallazgo en febrero de este mismo año logrado por un equipo de investigadores de la Universidad de Lovaina y del Instituto Nacional de Investigación del Agua y la Atmósfera de Wellington (Nueva Zelanda), que descubrió tres nuevas especies de tiburones capaces de producir una luz verdosa suave gracias a unas células especializadas en su piel. Entre estas nuevas especies, encontramos el carocho o tiburón cometa (Dalatias licha) que, con sus casi 2 metros de longitud, se ha convertido en el vertebrado bioluminiscente más grande hasta el momento descubierto.