La ganadería industrial o intensiva es un sistema de cría de ganado cuya finalidad es producir el máximo de alimentos de origen animal al menor precio y tiempo posible. En nuestra sociedad, la alimentación se basa en gran parte en productos de origen animal, con más frecuencia que antaño. Estos productos son utilizados en multitud de alimentos que abarcan desde lácteos y carnes hasta productos procesados como repostería. Esta alta demanda de productos de origen animal contribuye a la explotación masiva de ganado por parte de las grandes empresas. Como resultado, la ganadería supone actualmente un 14,5% del total de emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), consecuencia de la fermentación entérica, el manejo de estiércol, el cambio de uso del suelo, la postproducción y el uso de energía. Esto tiene, por tanto, una gran repercusión sobre el cambio climático.
La ganadería es responsable de la emisión de 7,1 mil millones de toneladas de CO2 equivalente por año. En el año 2019, se emitieron en España un total de 172.386,231 toneladas de gases, incluyendo los gases de Efecto Invernadero (GEI) y contaminantes, procedentes de la ganadería intensiva de aves de corral y cerdos. Cabe destacar que en este último número no se incluyen las emisiones de rumiantes ya que estas explotaciones no están obligadas a declarar sus emisiones. Además, desde 1990 se han incrementado un 10% las emisiones de este sector, ya que los millones de toneladas de producción de carne se han duplicado. La mayoría de estas emisiones son metano (CH4), que contribuye en gran medida al efecto invernadero, ya que es un GEI 25 veces más potente que el CO2 por su capacidad de absorción del calor. En el segundo puesto, se encuentra el amoniaco (NH3), emitido a partir de la gran cantidad de excrementos que produce la ganadería. El amoniaco, a pesar de no ser un GEI, tiene un gran efecto en la acidificación y eutrofización de los ecosistemas naturales. Aunque Europa ha conseguido reducir las emisiones de este compuesto, en España hubo un incremento del 6,1% en emisiones de amoniaco entre los años 2014 y 2016. Otro gas de efecto invernadero es el óxido nitroso (N2O), emitido a partir del estiércol. Este GEI, incluido en la gráfica dentro de “Otros”, contribuye también significativamente al calentamiento global ya que es 298 veces más potente que el CO2. Así mismo, los productos de origen animal necesitan más energía que los vegetales, debido a la fabricación de piensos, climatización e iluminación de las granjas, etc., por lo que son mayores sus emisiones en CO2, que también contribuye al efecto invernadero.
Por otro lado, la ganadería es responsable de cerca del 80% de la deforestación a nivel mundial ya que muchas zonas deforestadas se utilizan para el ganado. Esto también contribuye a incrementar la huella de carbono debido a la tala de árboles, que son captadores naturales de CO2 (sumideros de carbono), la quema de biomasa, la degradación de turberas o el uso de maquinaria que utiliza combustibles fósiles. Y cabe destacar el uso tan elevado de antibióticos que se destina al ganado. Este uso excesivo, además de ayudar al desarrollo de resistencia a antibióticos de las bacterias, contribuye a la contaminación del agua. Añadido a todo esto está el transporte y sus emisiones de GEI. Debido al sistema agroindustrial globalizado, cuanto mayor es la producción, mayor es el transporte a grandes distancias de animales y sus productos por barco, aviones y carretera que producen un gran impacto medioambiental.
Como se puede deducir, la ganadería intensiva es una industria altamente contaminante y que consume, además, una gran cantidad de energía procedente de combustibles fósiles. Esta energía se consume ya sea de forma directa, por la mecanización de la producción, o de forma indirecta como, por ejemplo, por la fabricación de piensos. Por lo tanto, la producción ganadera industrial es insostenible y requeriría de un cambio drástico. La ganadería extensiva es una buena alternativa para este sector ya que los animales no son alimentados en naves, sino que se aprovechan los pastos. Este tipo de explotación ayuda a mantener los ecosistemas, consume menos energía y no produce tantos contaminantes. Sin embargo, la producción es menor que con la ganadería intensiva. Podríamos pensar que un cambio total del sistema de producción, que conllevase a producir menos productos de origen animal, acabaría con muchas comodidades a las que estamos acostumbrados, pero realmente mejoraría nuestra salud y la de nuestro planeta. Los productos ganaderos no serían tan homogéneos estéticamente como ahora, no podrían cubrirse todas las demandas actuales y los precios subirían si se siguiese consumiendo la misma cantidad de productos animales. La clave es producir menos para consumir menos y de mayor calidad. Es por ello que sería necesario concienciar a la población sobre los devastadores efectos de este sistema de producción ganadero industrial sobre el medio ambiente y sobre su salud, ya que el consumo excesivo de carne puede aumentar además el riesgo de padecer cáncer, diabetes o infartos, así como tomar medidas para asegurar un sistema ganadero sostenible. El problema que genera la ganadería industrial es mayor que cualquier posible desventaja.