No, la medusa de la que os voy a hablar no se llama como la famosa película de David Fincher; pero sí comparte algunas características con el personaje protagonizado por Brad Pitt (SPOILER): también son inmortales. Pero no es una inmortalidad mágica o mística, o derivada de una extraña enfermedad como en la película; sino una inmortalidad biológica. Esto es porque los adultos de algunas especies del género Turritopsis son capaces de revertir su ciclo vital, es decir, que cuando alcanza su madurez, son capaces de volver a forma de pólipo para reiniciar su crecimiento a forma adulta; y este procedimiento, lo puede repetir tantas veces como quiera en una especie de bucle eterno.
Son dos especies las que tienen esta habilidad. Se encuentran en los mares del Caribe (T. nutricola McCrady, 1857), y en el Mediterráneo (T. dohrnii Weismann, 1883). Aunque la capacidad invasiva de T. nutricola por las aguas de Japón, América Central, e incluso por el mediterráneo, están complicando las labores de identificación de T. nutricola y T. dohrnii, que son muy similares. Hay una tercera especie mucho más grande (T. rubra Farquhar, 1895), que se encuentra en los mares de Nueva Zelanda, pero que carece de dicha habilidad inmortal. Todas ellas prefieren las aguas cálidas (templadas y tropicales) antes que las aguas frías. Son animales planctónicos, por lo que son alimento de otros peces. Así que en este caso la inmortalidad se acaba en la boca de otro pez.
Son, por tanto, animales cnidarios hidrozoos, es decir, medusas con fase de pólipo. La fase de pólipo consiste en estolones dispuestos en el sustrato marino o bentos, con ramificaciones ascendentes con tentáculos que alimentan los pólipos, y generan capullos de medusa juveniles, capaces de nadar de forma independiente hacia el plancton. Como todas las medusas, son un 95% agua, con un cuerpo gelatinoso y transparente. Son pequeñas medusas de forma casi cúbica, de hasta un milímetro de ancho y alto en los juveniles, y hasta 4,5 mm de ancho y alto en los adultos. Los juveniles tienen hasta ocho tentáculos, y los adultos pueden tener entre 80 y 90 tentáculos de hasta un milímetro de largo. En el interior del adulto se observa la cavidad gastrovascular, con aspecto de cruz de forma transversal, de color o bien rojizo, o bien amarillento. La mesoglea –el tejido que forma el esqueleto hidrostático- es bastante fina, y presentan una nerviación y unas estructuras anulares bajo la epidermis típica de los cnidarios. La prolongación de la cavidad gastrovascular o boca, tiene también aspecto cruciforme.
Imagen de Turritopsis dohrnii
Otras especies que se le asemejan
Estructura general de una medusa en estadío maduro, dibujo de Charles W. Hargitt en 1904. (Medusae of the Woods Hole Region. Bulletin of the Bureau of Fisheries, Vol.24, 1904).
La reproducción básica de todas las medusas ocurre de la siguiente forma: se produce una fecundación externa donde los gametos sexuales (óvulos y espermatozoides) o bien son liberados al medio e interaccionan libremente en éste, o bien son fecundados en la cavidad gastrovascular, dando lugar a una larva o plánula móvil que se dirige a la capa bentónica, para anclarse a esta formando innumerables pólipos o colonias por reproducción asexual. Estos pólipos se alimentan a través de tentáculos que nutren a la colonia, y pasados varios días, los extremos de las ramificaciones de los pólipos generan las medusas juveniles por escisión, siendo entonces móviles e independientes, desplazándose hacia el plancton iniciando el ciclo de nuevo. El ciclo inverso ocurre cuando la medusa sufre un daño físico, o cambian las condiciones del medio, o se encuentra en estado senescente –envejecimiento-. En ese momento las células de la medusa juvenil deciden realizar el proceso de transdiferenciación, en el que cada célula puede transformarse en cualquier otro tipo de célula. En ese momento se genera una degradación de los tejidos de la medusa formando una masa de tejido indiferenciado que va al bentos nuevamente, dando lugar a varios pólipos juveniles de manera colonial, generando clones, y reiniciando el ciclo nuevamente. Este proceso se ha observado en laboratorio, y se estimó que se realizaban 11 ciclos cada dos años, aunque la experiencia se ha repetido in vitro más de 60 veces, demostrando que este organismo es prácticamente inmortal.
La naturaleza nos ha demostrado que hay algunos organismos que burlan a la muerte de una manera inexplicable, como es el caso de ésta y otras especies de medusas capaces de revertir su ciclo biológico: las medusas del género Aurelia, del género Hydra y la especie Laodicea undulata. Así, evitar no permanecer en el mundo terrenal ha sido una batalla perdida en lo que respecta a la investigación médica hasta la fecha. Son muchos los estudios que conciernen a este extraño proceso de transdiferenciación, ya que su conocimiento permitiría generar o regenerar un tipo de tejido sin tener que recurrir al uso de las células madre, evitando todas las dificultades que genera el uso de las mismas, además de los problemas de rechazo inmunológico. Por otro lado, conocer más sobre la regeneración celular en enfermedades ligadas al proceso de envejecimiento podría ayudar a curar enfermedades degenerativas como el Parkinson, la ataxia o el Alzheimer. Investigadores de la Universidad de Galveston (Texas, USA), han identificado los genes que se encuentran expresados en menor o mayor medida durante el proceso de inversión de ciclo (la masa indiferenciada de células), determinando que los genes responsables de la síntesis y reparación de DNA junto a los de mantenimiento y reparación de telómeros, se encuentran sobreexpresados; mientras que los genes involucrados en envejecimiento, respuesta a estímulos, división celular, diferenciación celular y desarrollo, están reprimidos; ambos con respecto a los transcriptomas de medusa adulta o pólipo. Esto nos indica que los mecanismos moleculares y programáticos que se están desarrollando en este cnidario tratan de frenar el proceso de envejecimiento, reparar los errores en el genoma y alargar la vida de los telómeros. Son las piezas clave de la inmortalidad.
Ciclo de vida de la medusa con las diferentes fases de vida (siguiendo las flechas blancas). Se aprecia un ciclo alternativo (ciclo inverso) de color verde.
La vida y la muerte han sido conceptos que siempre han estado plasmados en la sociedad de numerosas civilizaciones desde que el ser humano las concibe como tal. El miedo a desaparecer, a no saber que hay más allá, ha inquietado al ser humano desde tiempos inmemoriales. Observando la historia, encontramos a Mitrídates VI (132 a.C. – 63 a.C.) entre las primeras figuras que buscan el antídoto universal, siendo este uno de los guerreros más recordados del Imperio Romano en la lucha por la conquista de Asia Menor. Integrante de una dinastía persa, fue uno de los primeros personajes en la historia de los que se guardan evidencias acerca de su investigación para contrarrestar los venenos conocidos en la época. Experimentando con esclavos e incluso con su propio cuerpo, Mitrídates elaboró una receta conocida como ‘mitridatum’ que con el tiempo fue perfeccionándose por toxicólogos romanos, acuñándose con el nombre de ‘theriaca’. Así, fueron pasándose de generación en generación, llegando versiones de esta receta tan preciada a monarcas europeos: acónito, carne de víbora, oro, sangre de chacal, bilis de cocodrilo, azafrán indio… a día de hoy el efecto de estos compuestos sobre el cuerpo humano tienen resultados medicinales cuestionables. Sin embargo, los viales de la teriaca eran muy cotizados en la Edad Media y el Renacimiento.
Entre otros personajes históricos que buscaron la inmortalidad tenemos: al primer emperador chino Qin Shi Huang (siglo III a.C.), que murió con 49 años al consumir mercurio y plomo buscando la inmortalidad; a Alberto Magno en la Edad Media o a Isaac Newton unos siglos después dejándonos por escrito la fórmula para elaborar la piedra filosofal, cuya finalidad sería la de transmutar metales en oro. Todos estos esfuerzos de los alquimistas por lograr la inmortalidad proceden probablemente de las historias grecolatinas en las que el dios griego Hermes consumía ‘oro líquido’ para lograr la inmortalidad. Por otro lado, el navegante español, Juan Ponce de León, intentó encontrar la fuente de la eterna juventud en su segundo viaje con Cristóbal Colón, pero murió en 1521 a mano de los indios en su intento. En este caso, su búsqueda nace de los escritos del historiador griego Heródoto (siglo V a.C.), que hablaba de un manantial cuyas aguas restaurarían la juventud de cualquiera que bebiera o se bañase en ellas. Más recientemente, la leyenda negra menciona también la búsqueda por parte de Adolf Hitler y el tercer Reich de reliquias históricas de tal calibre como el Arca de la Alianza o el Santo Grial, con el objetivo de eternizar su reinado del terror.
Muñoz Páez, A. (2012). Historia del veneno, de la cicuta al polonio. Editorial Debate, Madrid, España
La búsqueda de la inmortalidad ha sido plasmada tanto en la literatura, como en el cine, e incluso en series de televisión. En la literatura se ha reflejado numerosas veces, desde Drácula de Bram Stoker, pasando por Sheridan Le Fanu con sus historias de vampiros, Mary Shelley con el moderno Prometeo (Frankestein), o Ann Rice con su saga de vampiros y brujas, entre otros muchísimos autores e historias. En el cine lo encontramos en Nosferatu, Los inmortales, La muerte os sienta tan bien, Indiana Jones, Entrevista con el vampiro, El sexto día, El ansia, Eternal, entre muchas otras; describiendo siempre lo ansiado de la búsqueda de la vida eterna y enfrentando a sus personajes al problema del hastío por dicha eternidad, en la cual para conseguirla siempre tienen que sacrificar parte de su humanidad. Y en las series tenemos un claro ejemplo con el Dr. Who, un personaje del planeta Galifrei que viaja a lo largo del espacio y del tiempo, y que se reencarna en un nuevo personaje cada varias temporadas, llevando exitosamente en antena desde los años 60. Por otro lado, en la serie The Good Place (SPOILER), encontramos un motivo para apreciar tanto la vida como la muerte, dado que la eternidad en el paraíso puede llegar a ser tan aburrida que incluso los personajes van decidiendo el acabar con su ‘yo’, dejando el paraíso para volver a formar parte del universo.
Es por ello que aunque avancemos en la ciencia y consigamos resolver estos enigmas, siempre nos llegaremos a hacer la misma pregunta que se hizo Freddy Mercury (Queen) en 1986, cuando sabiendo que inevitablemente fallecería a consecuencia de la enfermedad del SIDA, sacó la gran balada “Who wants to live forever?”.