El mimetismo entre O. especulum y Dasyscolia ciliata es de tipo químico. La orquídea emite unas feromonas similares a las de la hembra que, unido al parecido de su labelo con el abdomen de la hembra, engañan al macho a llevar una polinización cimentada sobre la pseudocópula. Una vez fecundada, la orquídea emite unas feromonas similares a las que emite la hembra tras haberse apareado para que ningún otro abejorro fuerce la arquitectura flora, que ya se encuentra desarrollando los embriones.
Los biólogos definen muy frecuentemente al mimetismo como aquella habilidad de los seres vivos que les permite asemejarse a otros organismos de su entorno con el objeto de confundir los sentidos de terceros. Esta confusión les hace obtener siempre alguna ventaja funcional que se traduce en un incremento de su éxito reproductor o “fitness”, ya que les permite eludir a su depredador; atraer a su presa; atraer a su polinizador o incluso alejarlo si es necesario, como ocurre con numerosas especies de orquídeas que tras ser polinizadas, emiten unas sustancias similares a las feromonas de las hembras de abejas y avispas tras su cópula (indicando por tanto que no se encuentran receptivas), con el fin de que ningún otro macho pueda “manipular” la arquitectura floral y dañe los embriones que se están desarrollando en el interior del ovario.
Esta es la visión que desde niños nos inculcaron en la escuela. Incluso en la facultad recuerdo mantener debates con profesores del área de Ecología sobre la necesidad de redefinir el término “mimetismo”. Lean la definición que he dado al comienzo de este artículo. ¿No encuentran en ella nada que les haga sospechar que se trata de una definición sesgada? Inténtelo una tercera vez a ver si ahora detectan la inconcreción de la sentencia expuesta.
La definición canónica de mimetismo que aún se puede encontrar en no pocos textos académicos de secundaria y bachillerato establece una relación estrictamente restringida entre seres vivos. A menudo pareciese como si estos textos academicistas nos enseñasen tres frames o fragmentos de una película, que aunque bien es cierto que nos dan una idea de conjunto del mecanismo que subyace tras el mimetismo, obvia (quiero entender que de manera involuntaria) unos matices que no por ello son menos importantes. Y a menudo la respuesta a estas preguntas que se nos antojan tan trascendentes se resuelven acudiendo a la etimología de las palabras, es decir, mimetismo: literalmente del griego μιμητός, que significa imitable.
Es un error común dentro de la especie humana generalizar. Dado que son cuantitativamente más importantes los casos de “mimetismo animado” (licencia que me he permitido acuñar en este texto para esclarecer el asunto sobre el que gira este artículo, como contraposición al término clásico de mimetismo), olvidamos mencionar aquellos casos de mimetas que se camuflan con la parte no viva del entorno que les rodea. Y no les debe ir tan mal cuando siguen entre nosotros. Sólo debemos hacer un pequeño viaje a África para ver en primera persona lo que de manera somera les he puesto de manifiesto en estas líneas.
Tal y como hemos establecido anteriormente, hay casos descritos de especies que “copian” la forma, tamaño, color e incluso la textura de objetos inanimados de allá donde viven. ¿Con qué fin? Pasar desapercibidas frente a posibles herbívoros. Y aunque parezca extraño por lo inusual, es la estrategia que siguen varios centenares de especies pertenecientes a la familia botánica de las Mesenbryanthemaceae, quienes han alcanzado un sorprendente parecido con piedras y guijarros, hasta el punto de que el culmen de este refinado mimetismo se alcanza en el género Lithops. ¿No me digáis que el nombre no es ya sugerente per se?
La imitación de piedras está tan conseguida en este grupo botánico que la planta entera resulta difícilmente distinguible de un fondo de vegetación baja, especialmente en las épocas secas que caracterizan al continente africano, donde llegan a cubrirse ligeramente de arenas. Sobre este fenómeno ha escrito mucho el botánico estadounidense Delbert Wiens, gran conocedor de la flora tropical de África Oriental, quien asegura que “pudieron ser pequeños mamíferos, aves escarbadoras o ungulados que otrora vagaron por las llanuras de África en grandes manadas quienes pudieron haber dado origen a la fuerza selectiva que llevase a la proliferación de esas formas miméticas”. De esta manera, “al pacer en zonas de vegetación baja, estos animales devorarían todo aquello cuanto tuviera remotamente aspecto de planta, más aún durante la estación seca, cuando la alimentación escasea y muchas plantas se marchitan y acaban muriendo”.
Lithops, un caso de mimetismo bien documentado donde el mimeta imita a las rocas de los terrenos donde habita, lo que le sirve para confundir a los herbívoros durante la estación seca.
A favor de esta fuerza evolutiva se presenta el hecho de que las flores de los ejemplares de Lithops (de los que hoy día existen cultivares de los más variopintos) tienen un corto período vital, desarrollándose exclusivamente durante la época húmeda, coincidiendo con la época en que los herbívoros disponen de pasto suficiente para alimentarse. Sin embargo, nunca resulta sencillo identificar las fuerzas (o fuerza, en el caso de que sólo actuase un único agente, algo verdaderamente improbable en ciencia) selectivas responsables o relacionadas con este singular caso de mimetismo, lo que debe hacernos recordar que la vida es una fuerza en constante acción, cuyo motor, la evolución, no hace altos en su camino.
Tan poderosa resulta la evolución que a pesar de ser la fuerza motora por excelencia en Biología, no sabemos hacia dónde se dirige. Lo que ya vamos entendiendo un poco mejor gracias a los estudios de Ecología de Sistemas y a la Teoría de Redes es que cuando algún elemento de la compleja red que componen los ecosistemas se ve alterada, la intrincada relación existente entre modelo, mimeta e incauto, puede que no subsista, quedando sólo a nuestro estudio más que unos cuantos fragmentos del complejo mimético original. En esos casos, el extraordinario parecido entre los modelos y sus imitadores son una fascinante instantánea de procesos evolutivos pretéritos que han podido, pueden o podrán en un futuro dejar de operar.