Reconozco que siempre he tenido cierta simpatía por Julio Iglesias, probablemente debido al hecho de que mi madre -durante un episodio de innecesaria sinceridad- me asegurase que yo fui concebido en la parte trasera de un Renault 5 después de uno de sus conciertos. De modo que cuando aquel meme con la imagen del famoso cantante me amenazaba desde la pantalla de mi iPhone -a lo Tío Sam reclutando a los jóvenes yanquis para la guerra- con que yo era su hijo, no pude sino pasar de la risa a la congoja. ¡Ay!, el único moreno entre seis hermanos hijos de un padre con claros cabellos a lo Kurt Cobain, el único de la familia capaz de entonar medianamente una nota en las partidas del SingStar, el único votante del PP entre una manada de bolcheviques que me hacen la vida imposible en las cenas familiares… ¡Madre “mía”! ¿Qué hiciste? O, más bien, ¡¿con “quién” lo hiciste?! Lo cierto es que he decidido aceptar las explicaciones de mi madre. Más que nada porque demasiado tiempo me ha costado encariñarme con “ese viejo grunge comunista” que dice ser mi padre, como para ahora tener que acostumbrarme a los defectos de otro.
De todos modos yo sigo con la mosca detrás de la oreja y, si me permitís un consejo, vosotros haríais bien en no descartar que Julio, a tenor de su ilimitado currículum amoroso, sea vuestro verdadero padre.
Sí, reíos, que a buen seguro los más de 18 millones de hombres que ahora pululan por medio continente asiático también lo hacían, cuando les dijeron que eran descendientes del mismísimo Genghis Khan. Hasta que una investigación realizada allá por el año 2003 confirmase que efectivamente todos ellos procedían del fundador del gran Imperio Mongol. Para llegar a tan inesperada conclusión, los investigadores analizaron diferentes haplotipos del cromosoma Y en más de tres mil hombres asiáticos de poblaciones que iban desde Asia central hasta la costa del Pacífico. Pero, ¡espera!, que no he hecho más que empezar y ya voy demasiado deprisa. Hagamos una pausa para explicar qué es eso del haplotipo de un cromosoma.
En primer lugar tenemos que saber que el ADN de un individuo está constituido por la unión de unas estructuras llamadas nucleótidos, que a su vez poseen unas moléculas químicas conocidas como bases nitrogenadas. Las bases nitrogenadas del ADN son cuatro: adenina (A), guanina (G), citosina (C) y timina (T), y se combinan para transmitir información de un modo análogo a como en un idioma lo hacen las letras para formar palabras; solo que la combinación de bases nitrogenadas en el ADN aporta una información muy especial: cómo fabricar una proteína. Aunque no siempre sucede así, por ejemplo, las letras A, E, F, R y S pueden combinarse para formar palabras con sentido como FRESA o FRASE, también pueden combinarse para formar otras carentes de él, del tipo de las impronunciables FSARE o ARFSE. Las bases nitrogenadas se combinan en el ADN modelando regiones que contienen información (los genes) y otras regiones que no indican nada (ADN no codificante). Ambos, genes y regiones no codificantes, se agrupan en unas estructuras denominadas cromosomas, que suelen ir en parejas (donde cada cromosoma de la pareja procede de un progenitor) y que en nuestra especie son 46.
A pesar de que la inmensa mayoría de nosotros poseemos el mismo número de cromosomas y genes, solo tenemos que echar un vistazo a nuestro alrededor para darnos cuenta de la multitud de diferencias que presentamos los Homo sapiens. La enorme variabilidad entre los individuos de una población, responsable entre otras cosas de que yo sea moreno y mis hermanos rubios, es la consecuencia de pequeños cambios en la secuencia de nucleótidos que presenta el ADN de cada individuo. Con frecuencia tales modificaciones en el ADN se deben a la sustitución de un nucleótido por otro diferente, motivo por el que se las denomina polimorfismos de un solo nucleótido (SNP). Así por ejemplo, en una minisecuencia de una de las cadenas de ADN del tipo ATTCGG la sustitución de la C por una T (ATTTGG) significaría la aparición de un SNP en el ADN del individuo. Uno solo de entre los muchísimos SNP que presenta el genoma de una persona: se estima que existe una media de ¡10.000.000 de SNP en el ADN de un humano!, la mayoría localizados en regiones de ADN no codificante.
Vale, pues ahora elige uno de entre los 46 cromosomas que poseen las células somáticas (no reproductoras) de tu organismo; ¡sí!, por ejemplo ese. Bueno, pues todos los SNP que aparecen en ese cromosoma, y que te caracterizan y distinguen del resto individuos, conforman tu haplotipo para ese cromosoma. Los genetistas han descubierto en los haplotipos una excelente herramienta para rastrear el origen de una población, más concretamente para averiguar que poblaciones o grupos étnicos están emparentados entre sí. De forma simplificada, podemos decir que el grado de parentesco entre dos poblaciones será mayor cuanto más haplotipos tengan en común.
Volviendo sobre el estudio científico al que hacíamos referencia anteriormente, los investigadores compararon genéticamente distintas poblaciones asiáticas con la finalidad de encontrar una relación entre ellas y, si era posible, localizar un ancestro común. Para ello no utilizaron el genoma completo del individuo, sino únicamente algunos de los haplotipos que suelen aparecer en un cromosoma muy especial. El cromosoma que emplearon en su investigación no pudo ser más particular, pues de entre los 46 ellos se decidieron por el cromosoma Y. Obviamente, una elección que, lejos de ser casual, se fundamentaba sólidamente en varios aspectos que le son exclusivos a este cromosoma. Para empezar, el cromosoma Y posee pocos genes (la mayoría de ellos se expresan exclusivamente en las células de los testículos) pero sí múltiples SNP; y, sobre todo, destaca por heredarse de forma exclusiva por vía paterna sin apenas sufrir recombinación. Este último aspecto es responsable de que el cromosoma Y, con sus genes y sus SNP, se herede de padres a hijos con muy pocas modificaciones, lo que facilita su seguimiento entre una población de hombres y permite establecer su linaje paterno.
Comparando los haplotipos presentes en el cromosoma Y de más de tres mil hombres asiáticos, los investigadores encontraron una gran variabilidad entre todos ellos, pero con una notable excepción. Aproximadamente el 8 % de los individuos analizados compartían un mismo haplotipo, cuyo origen fue datado en unos 700-1.300 años atrás. Es decir, los investigadores localizaron un haplotipo en el cromosoma Y que era común a hombres de muy diversas poblaciones asiáticas, que los vinculaba entre ellos y también con un ancestro común que había vivido no hacía demasiado tiempo. Aspecto, este último, tremendamente sorprendente, habida cuenta de la velocidad con la que el haplotipo se había propagado. La búsqueda de una explicación para la rápida propagación de este haplotipo condujo a los investigadores a trabajar sobre tres posibles hipótesis.
En un primer lugar se especuló con la posibilidad de que el aumento en la frecuencia del haplotipo fuese consecuencia de la selección natural. Estos fenómenos en los que una característica genética se propaga a toda velocidad por el genoma de una población de seres humanos mediante selección natural no son habituales pero tampoco extraños. Por ejemplo, la tolerancia a la lactosa en individuos adultos condicionada por la domesticación de ciertos animales o la anemia falciforme en poblaciones acosadas por la malaria son ejemplos de ello. Sin embargo, en ambos casos existía una ventaja adaptativa (alimentarse de leche o presentar cierta inmunidad ante la malaria) para aquellos individuos poseedores de las características genéticas favorables que se propagaron por la población. Mas, por el contrario, los diferentes haplotipos encontrados en el cromosoma Y de los hombres asiáticos no otorgaban ventaja ni desventaja alguna a sus poseedores.
Una segunda hipótesis trató de encontrar en la deriva genética la causa de la extraña y veloz propagación de dicho haplotipo. La deriva genética causa la disminución de la diversidad genética de una población, de modo que los individuos que forman parte de ella terminan por compartir un haplotipo similar. Se trata de un proceso aleatorio que no necesita de la selección natural y que, por tanto, podría adaptarse a este caso. Sin embargo, la deriva genética no suele darse en periodos tan cortos de tiempo y se manifiesta especialmente en grupos pequeños y aislados; y las poblaciones asiáticas que compartían haplotipo no podían estar más separadas: 16 poblaciones ubicadas desde el mar Caspio hasta el océano Pacífico en el extremo oriental de Asia.
Descartadas la selección natural y la deriva genética como fuerzas causantes de la expansión acelerada del haplotipo en cuestión, los investigadores llegaron a una última y sorprendente posibilidad: la selección social. Siguiendo el linaje paterno de este haplotipo particular se llegaba hasta un ancestro común ubicado en Mongolia. En concreto, parecía llevar a los investigadores directamente hasta uno de los personajes más importantes de la historia asiática: Genghis Khan (1162-1227).
Genghis Khan y, sobre todo, sus descendientes controlaron grandes áreas de Asia durante muchas generaciones, masacrando las poblaciones ocupadas -especialmente a los hombres- y violando de forma sistemática a las mujeres. A lo que se unían otros comportamientos típicos de la estirpe del gran conquistador, como la poligamia, que también favorecían la propagación de su genoma. Lo cierto es que es probable que el haplotipo del que venimos hablando no lo ostentase en exclusiva Genghis Khan y su prole, sino que fuese compartido por una parte del pueblo mongol que también participaba de estas conquistas y se regía por la mismas leyes. No obstante, a pesar de que todavía no se ha podido corroborar la conexión directa e unívoca ente las poblaciones asiáticas poseedoras del haplotipo y el gran conquistador, sí podemos afirmar que el comportamiento promiscuo de Genghis Khan y las normas que regían la sociedad que él mismo impulsó promovieron, en muy poco tiempo, la expansión de un haplotipo concreto. Haplotipo que él, sus descendientes o el pueblo mongol poseían y propagaron entre múltiples poblaciones repartidas entre el mar Caspio y el océano Pacífico.
Oye, y si hablamos de conquistadores, Julio Iglesias (truhan y señor) lo es tanto o más que Genghis Khan. Y, aunque ni él ni sus descendientes se dediquen a masacrar hombres ni a violar mujeres, no podemos descartar que su increíble capacidad para seducir a las hembras de nuestra especie (unido a lo difícil que nos resulta al resto de los mortales) sea causante de que pasados 1.000 años, lo que en 2018 era tan solo un meme con el que sacarnos una sonrisa termine por convertirse en una realidad: Puedes ser mi descendiente… y lo sabes.
Referencias bibliográficas
- Jobling, M.A. y Tyler-Smith, C. (2003). The human Y chromosome: an evolutionary marker comes of age. Nature, 4, 598-612.
- Lahn, B.T. y Page, D.C. (2004). Functional coherence of the human Y chromosome. Science, 278(5338), 675-680.
- Zerjal, T. et al. (2003). The genetic legacy of the Mongols. American Journal of Human Genetics, 72, 717-721.
- Wei, L.H. et al. (2018). Whole-sequence analysis indicates that the Y chromosome C2*-start cluster traces back to ordinary Mongols, rather than Genghis Khan. European Journal of Genetics, 26, 230-237.