La historia que hoy les paso a contar bien podría ser adaptada a la gran pantalla con la colaboración de un guionista extravagante y un director no menos excéntrico, acabando en una película de terror de “Serie Z” o en la más peculiar obra de ciencia ficción. Sí amigos, pues los hongos que aparecerán en las siguientes líneas parecen más propios de un film (o bien podrían haber formado parte de taquilleras películas) que de millones de años de evolución. De ahí que me permita la licencia de parafrasear el título de la película de Jim Sharman.
Comenzamos nuestra andadura por el reino Fungi para detenernos en lo que los científicos han denominado no sin atino como “bleeding tooth fungus” o el hongo de dientes sangrantes . Se trata de un hongo de la familia Bankeraceae descrito por el micólogo estadounidense Howard James Banker en 1913 y que responde al nombre de Hydnellum peckii, el cual tiene la capacidad de micorrizar a una amplia variedad de coníferas, entre ellas al abeto común (Picea abies). Se distribuye por Europa, Norteamérica y recientemente se ha descrito en Irán y Corea.
Este “macabro” espécimen fúngico simula fielmente la morfología de un molar humano, con la particularidad añadida de que cuando los cuerpos fructíferos son aún jóvenes e inmaduros secretan una sustancia de coloración roja brillante que recuerda la sangre que aparece en estas estructuras en las personas que sufren de gingivitis. Para descanso de los más sufridores, decirle que no es sangre lo que se muestra en la imagen adjunta, tratándose la “tétrica” secreción de una sustancia pigmentada que parece contener propiedades similares a la heparina, así como actividad bactericida. Su nombre: atromentina.
Sobra decir que no es comestible a pesar de que en otras zonas se les conoce vulgarmente como “fresas con nata”. Estudios han demostrado que acumulan mucho Cesio en el micelio, de ahí que actualmente se estudie su potencial como biorremediador.
El siguiente individuo, por el contrario, bien podría haber formado parte del escenario vegetal usado por James Cameron cuando recreó su planeta “Pandora”. Se trata del hongo Na’vi denominado Entoloma hochstetteri . Entoloma hochstetteri, a pesar de lo que pudiera parecer es un hongo que habita los bosques de Nueva Zelanda y la India, donde se asocia con especies de Nothofagus y Podocarpus.
La coloración azulada, tampoco es motivo de ciencia ficción, ya que se la otorga el azuleno, un isómero del compuesto naftaleno. Así, dos terpenoides, como el vetivazuleno y el guayazuleno, que poseen un esqueleto afín al azuleno, se encuentran en la naturaleza frecuentemente como componentes del aceite esencial de guayaco (Guaiacum officinale), o dándole ésta característica pigmentación a nuestro segundo protagonista.
Esta especie perteneciente al género Entoloma fue descrita allá por 1866 por el micólogo austríaco Erwin Reichardt, quien lo incluyó dentro del género Hygrophorus. Esta especie es uno de los seis hongos nativos que aparecen en una serie de sellos de hongos emitidos en Nueva Zelanda en 2002, apareciendo también en el reverso del billete de 50 dólares emitido por el Banco de la Reserva de Nueva Zelanda en 1990.
Por último, y para acabar este repaso por la trastienda de los horrores micológico, haré mención a un hongo con luz propia. Se trata del hongo Mycena asterina, hongo perteneciente al orden Agaricales. Este sorprendente hongo presenta bioluminiscencia, emitiendo en una longitud de onda de 520-530 nanómetros.
Las preguntas que los investigadores están tratando de responder son: ¿Por qué hay tan pocos hongos luminiscentes? ¿Cuál es el mecanismo de la luminiscencia? ¿Cuándo y cuántas veces la luminiscencia ha evolucionado en los hongos? ¿Por qué lo hacen brillar, qué fuerza evolutiva les empujó a desarrollarla? ¿Es un carácter “ancestral” o por el contrario es un carácter “derivado”? Cassius Stevani, el químico encargado del proyecto está estudiando el mecanismo de la bioluminiscencia. Es una reacción mediada por luciferina-luciferasa que emite luz cuando el agua y el oxígeno están presentes. Es similar a, pero diferente del funcionamiento en bacterias luminiscentes, dinoflagelados y animales. En la actualidad, los compuestos exactos que sirven de sustrato (luciferina) y la enzima (luciferasa) son desconocidos, pero aseguran estar cerca de su caracterización.
El post-doctorado de Cassius Stevani, Brian Perry, ha obtenido secuencias de ADN de un número de genes a partir de muchas de las 65 especies luminiscentes para hacer frente a la evolución de la luminiscencia en los hongos. Parece ser que hay cuatro linajes diferentes de hongos que brillan. Hongos comúnmente conocidos como el hongo de la Jack-o-Lantern (Omphalotus spp.) y la seta de miel (Armillaria spp.) pertenecen a dos linajes diferentes, a tenor de este estudio.
¿Eso quiere decir que la capacidad de emitir luz ha evolucionado diferentes veces a lo largo de su historia evolutiva? No necesariamente. Los datos parecen sugerir un origen único, con múltiples pérdidas de la capacidad de emitir luz a lo largo del reino Fungi.
¿Por qué brillan? Stevani afirma que algunos brillan para atraer a los animales nocturnos para ayudar en la dispersión de esporas. Esto parece especialmente adaptativo en los bosques de dosel cerrado, donde la dispersión del viento es un estorbo. Otros, según expone, podrían brillar para atraer a los depredadores de insectos que se alimentan de los hongos, es decir, “la amistad con el enemigo de tu enemigo” ¿Brillarán algunos por razones inexplicables y maquiavélicas? Quién sabe.