No se me ocurre mejor símil cinematográfico para describir la vida de esta brillante mujer. En el film dirigido en 1.991 por Joseph Ruben, Julia Roberts encarna a Laura Barney, la amante esposa de un prestigioso y destacado asesor financiero, hombre maduro hecho a sí mismo que responde al nombre de Martin y que ejerce sobre su pareja un asfixiante control que desemboca en constantes abusos, golpes y, por consiguiente, en la subordinación femenina hacia la autoridad masculina. Lo mejor será que vean el film si no lo han hecho y comparen las múltiples semejanzas entre Laura Barney y Clara Immerwahr.
Clara Immerwahr pudo haberse convertido en una de las mentes más brillantes de finales del s. XIX y principios del s. XX, y de no haber sido por la personalidad autoritaria de su marido, habría acabado compitiendo en honores con la que sin duda es el mayor exponente científico nacido en lo que hoy conocemos como Polonia: Maria Salomea Sklodowska, o simplemente, Marie Curie. Immerwahr vino al mundo un 21 de Junio de 1.870 en la localidad de Polkendorf, una aldea muy cercana a Breslau, la actual Wroclaw, en el voivodato de la Baja Silesia. Así, Clara era la más joven de cuatro hermanos nacidos en el seno de una familia de clase media-alta durante la regencia o Kaiserreich del emperador Guillermo I.
Desde muy niña, Clara Immerwahr mostró indiferencia hacia las preocupaciones o atribuciones que se considerarían propias de una mujer de su época. Mientras sus hermanas mayores no hacían más que pensar en contraer nupcias con un apuesto y adinerado joven acorde con su “status” social, ella se interesaba en la ciencia bajo la firme convicción de adquirir independencia económico-financiera. Debido al veto impuesto a las mujeres que les impedía entrar en las universidades, se vio obligada a completar sus estudios de magisterio realizando trabajos como institutriz. Sin embargo, la Immerwahr no cejó en su empeño de progresar como científica y una vez que Alemania permitió el acceso femenino a la Universidad (ojo, ¡PERO SÓLO EN CALIDAD DE OYENTE!) comenzó a tomar clases de Química. Pero habría que esforzarse aún más. Como si tuviese que estar constantemente probando su valía a la sociedad, luchó con uñas y dientes por tener la oportunidad de realizar el examen que da acceso a los programas de doctorado. Su tesón le llevó a aprobar el citado examen, y gracias a su constancia, para el año 1.900 (concretamente un 12 de Diciembre) obtuvo el doctorado en Química bajo la calificación “magna cum laude”. Así, acabó convirtiéndose por derecho propio en la primera mujer en recibir este grado académico en una Universidad alemana. Empero, sus logros y publicaciones científicas no fueron tomados en consideración por la comunidad científica, que por esos días, aún seguía siendo en esencia un club de hombres. Su género, le pasaba factura.
En la primavera de 1.901, Fritz Haber le propone matrimonio a nuestra protagonista (al parecer se habían conocido años antes mientras ambos asistían a unas clase de baile), petición que ella rechaza en un primer momento. No obstante, la llama del amor debió prender su pecho, puesto que en Agosto de ese mismo año contrajeron nupcias. Una vez declarados marido y mujer, la pareja no tardó mucho en trasladarse a Karlsruhe, ciudad donde Haber desarrollaba su labor como profesor de Química. Para entender la relevancia de la figura de Clara Immerwahr en su área de conocimiento (y para la sociedad que pretendía mejorar), antes debemos ponernos en antecedentes.
En 1.899, por medio de la Convención de La Haya, todos los países científicamente avanzados firmaban un tratado de no proliferación y uso de armas químicas durante la guerra, en lo que muchos historiadores denominan como circular Moravieff, diplomático y por entonces ministro de Asuntos Exteriores en la Rusia dominada por el zar Nicolás II. Ya por aquellas fechas, muchos diplomáticos y políticos advertían de la posibilidad de un conato bélico entre diferentes potencias colonizadoras que pretendían extender su influencia mercantil y económica. Y no se equivocaron, pues pocos años después, estalló la I Guerra Mundial, o como la denominan los historiadores estadounidenses: La Gran Guerra Europa. Así, durante el período que vino a denominarse como “paz armada”, todos los países firmantes de la resolución de La Haya, de una manera velada y en secreto, estaban rompiendo los acuerdos contraídos e investigando con agentes químicos. En esa carrera de armamento, las investigaciones se centraron en obtener gases derivados del bromo, y el gobierno francés no tardó en revelar sus cartas en una de las interpretaciones más torticeras y pueriles que se hayan hecho jamás de la circular Moravieff.
En 1.912, el gobierno francés aprehende a una banda de ladrones de bancos gaseándolos literalmente con bromoacetato de etilo. Todo hacía presagiar que 2 años después, en el fragor de la contienda, usarían este mismo mecanismo para frenar el avance de las tropas alemanas. Y ciertamente, así lo hicieron, lo que dio justificación más que suficiente a Alemania para continuar con su programa de guerra química alegando razones de “legítima defensa” durante el desarrollo del alzamiento bélico. Aquí es donde entra en escena Fritz Haber (y por supuesto nuestra protagonista, su esposa Clara Immerwahr), un químico calvo, con mostacho y que gustaba de usar quevedos que había conseguido años antes restablecer la fertilidad del suelo convirtiendo el nitrógeno atmosférico en el más común de los productos industriales, amoníaco, el precursor de todos los fertilizantes actuales.
En realidad, Haber no buscaba la forma de alimentar a los casi 6.700 millones de habitantes con los que contaba por entonces nuestro planeta, sino de ayudar a Alemania a fabricar explosivos basados en el nitrógeno. Tal y como reconoce Sam Kean en su libro “La Cuchara Menguante”, Haber buscaba desarrollar “el tipo de bombas a base de fertilizantes que Timothy McVeigh utilizó para hacer un agujero en el juzgado de Oklahoma City en 1.995”. Los líderes militares alemanes, deseosos de romper el empate que mantenían en las trincheras y que estaba literalmente arruinando la economía de la nación (y la volvería a arruinar nuevamente tras la II contienda mundial), otorgaron a Haber todos los medios a su alcance a cambio de desarrollar el arma química definitiva. Hasta ese momento, Clara, que parece que apoyaba a Haber en su tarea investigadora traduciendo manuscritos al inglés y proporcionando ayuda técnica en los proyectos del nitrógeno, se negó a ayudarlo en sus trabajos sobre los gases de bromo. Según Gudrun Kammasch, biógrafo de Clara Immerwahr, ésta “creía ciegamente que el estudio científico obligaba a respetar la vida”. Frente a esta particular forma de entender la vida, a Clara Immerwahr le parecía una perversión del conocimiento científico lo que su marido estaba realizando: usar la Química para matar. Como ven, esta postura humanista de la ciencia distaba mucho de la defendida por Fritz Haber, quien en más de una ocasión llegó a asegurar que: “En tiempos de paz, un científico pertenece al mundo, pero en tiempos de guerra, pertenece a su país”.
Todavía hoy me pregunto si era consciente de lo que pretendían tanto su marido como el gobierno alemán con los experimentos del nitrógeno. El resultado final nadie puede negar que fuese bueno (le valió el Nobel de Química en 1.919 a Haber), pero los intereses que movieron su hallazgo cuanto menos eran espurios. Los fertilizantes no protegieron de la hambruna al pueblo alemán durante la guerra, pero lamentablemente Clara no estaría para poder contrastar ese dato.
Ciertamente comparto la opinión de muchos historiadores que aseguran que la guerra del gas mantenida durante I Guerra Mundial fue más bien, una guerra entre químicos. Así, Haber se posicionaría del lado de las Potencias Centrales, con el Imperio Alemán y el Imperio Austrohúngaro a la cabeza, mientras que los “Aliados” (comandados por Francia y Reino Unido en primer plano) contarían con la baza del químico francés François Auguste Victor Grignard. Dos futuros premios Nobel en lucha por la supremacía química, política, económica y colonialista a principios del s. XX.
La calma tensa que mantenía unido al matrimonio Immerwahr-Haber terminó el 22 de Abril de 1.915, cuando bajo la supervisión de Fritz se llevó a cabo con éxito el ataque con gas dicloro sobre la localidad belga de Ypres. Haber había decidido abandonar sus investigaciones con el bromo tras varios fracasos (el último después de que las bombas con que pretendía bombardear Rusia, que contenían bromuro de xililo, se congelaran), lo que le llevó a empezar a investigar con el pariente químico del bromo: el cloro. El resultado del ataque con gases de cloro: decenas de miles de soldados aliados perecieron a causa de este gas mortífero, hecho que propiciaría que en el resto de contiendas mantenidas a lo largo de la Gran Guerra Europea (tal y como la designan los historiadores estadounidenses) se combatieran con máscaras de gas. Ante este hecho, Clara mostró a su marido el tremendo horror que suponía la guerra química y mantuvo con éste una acalorada discusión sobre los límites éticos que bajo ningún concepto deben sobrepasar las aplicaciones científicas. Ante la falta de razonamientos más sesudos, Haber no tuvo más remedio que tirar de patrioterismo y acusó a Immerwahr de ser una traidora a la patria.
El 2 de Mayo de 1.915, justo el mismo día que Haber partía hacia el frente oriental en calidad de capitán (había sido ascendido a este rango militar tan sólo unos días antes gracias a sus contribuciones al desarrollo de la guerra química, pues a sus 47 años, obviamente era ya demasiado viejo para cumplir con el servicio militar), Clara Immerwahr empuñó la pistola reglamentaria de su marido y se descerrajó un disparo en el pecho que le causó la muerte casi inmediata. Hermann, el hijo de ambos, oyó el disparo y raudo corrió a socorrer a su madre, presenciando cómo su madre se iba apagando entre los brazos de aquél chico de 13 años de edad. Haber, lejos de quedarse para organizar los actos por el funeral de su esposa partió hacia el frente en la fecha convenida, dejando a su vástago lidiar en solitario con los preparativos de tan luctuoso evento familiar.
Si quieren conocer en profundidad los detalles químicos que se esconden detrás de este drama humano y militar, les aconsejo que lean “La Cuchara Menguante”, donde de manera más extensa y con una mayor dosis de química que la que aquí hemos desmenuzado se relata este acontecimiento. Antes de despedirme hasta la próxima entrega, quiero decirle que en el caso de Haber se cumplió esa máxima que dice “Roma traditoribus non praemiat”. Antes de la guerra, Haber había desarrollado el conocido insecticida Zyklon A, el cual fue objeto de “mejora” en su fórmula por parte de la empresa IG Farben (conglomerado empresarial fruto de la unión de la farmacéutica Bayer con otras empresas del sector). Ese gas de segunda generación no era otro que el Zyklon B, que fue utilizado por un nuevo régimen alemán con una memoria tan corta, que lo usó contra la población civil como un elemento más de su “solución final”. Miles de judíos perdieron la vida por culpa del Zyklon B en campos de concentración, incluidos familiares y parientes de Haber (que tenía raíces judías). Haber tuvo la suerte de ser exiliado por los “servicios prestados” a la patria. Bendita la suerte de saber que estás vivo gracias a que desarrollaste un agente que hoy mata a los tuyos. A veces, la vida te da limones… y otras… gas mostaza.
1 comentarios en “Clara Immerwahr: Durmiendo con su Enemigo”
Pingback: Clara Immerwahr (1870-1915): Fritz Haberri aurre egin zion kimikaria - Zientzia Kaiera