Todos conocemos la expresión latina “Per aspera ad astra”, que podríamos traducir al castellano como “a través del esfuerzo, el triunfo” o “hacia las estrellas a través de las dificultades”. Quizás para lo que les he venido hoy a relatar sea más conveniente usar esta segunda traducción, pues la historia de este breve que vuelve a aunar música y ciencia tiene como protagonista a Galileo Galilei y este señor de otra cosa no, pero de estrellas y pasarlas canutas sabe un rato. No es el único al que se le puede aplicar el latinajo anterior, pues muchos han sido los científicos que por enfrentarse a las ideas impuestas por la iglesia católica han acabado con sus huesos en la hoguera… ¡o casi!
El caso del astrónomo, físico, ingeniero y matemático italiano (un auténtico “homo universalis” a la altura de otras mentes brillantes italianas como Leonardo da Vinci) es mundialmente conocido y mucho es lo que se ha escrito sobre su vida. Y más aún se ha escrito sobre la frase que pronunció después de ser condenado por la Inquisición a abandonar la teoría que postulaba el cambio y paso de un modelo geocéntrico a otro heliocéntrico. “Eppur si muove”, “y sin embargo se mueve” se le oyó exclamar entre dientes a Galileo cuando vio que las cosas se le ponían muy serias y empezaba oler a chamusquina. Así, como dije hace sólo unas líneas, mucho ha sido sobre lo que se ha escrito sobre este valeroso físico (mi abuela decía que de cobardes no hay nada escrito, porque no hay gestas que alabar). ¿Pero se han cantado alguna vez sus hazañas? ¿Algún juglar se ha atrevido a componer cantares en memoria de Galileo Galilei?
Lo cierto es que así ha sido. Ignoro si hay muchas canciones dedicadas a la memoria de Galileo, pero tiene una obra que hace las delicias de todo buen amante del metal sinfónico. Se trata de un álbum conceptual grabado por los alemanes Haggard y que lleva por título “Eppur si muove”, donde se narra en casi 50 minutos la vida y obra de Galileo en el momento justo cuando se las tuvo que ver ante el tribunal de la Inquisición. Además, el álbum editado por el sello Drakkar Entertainment y que supone el tercer título en la carrera discográfica de la banda germana lleva por imagen de portada una ilustración del propio Galileo junto a un dibujo donde se representa de manera sencilla y esquemática el modelo heliocéntrico que ya postulara en su obra póstuma “De Revolutionibus Orbium Coelestium” el propio Nicolás Copérnico, punto de inicio para lo que muchos autores han bautizado a la postre con el nombre de “revolución copernicana”.
El heliocentrismo es un modelo astronómico que establece que el Sol es el centro del sistema solar y en el que la Tierra y los planetas giran alrededor del mismo. Históricamente, el heliocentrismo se ha opuesto al geocentrismo, modelo que colocaba en el centro del sistema a la Tierra. La idea de un sistema heliocéntrico en la que la Tierra gira alrededor del Sol es tan antigua que se remonta al s. III a.C, cuando Aristarco de Samos estudió la distancia y el tamaño del Sol. Así, Aristarco calculó el ángulo existente entre el Sol y la Luna mientras ésta se encontraba en el primer o último cuarto. Observó así por tanto que la distancia Tierra-Sol era mucho mayor que la distancia existente entre Tierra-Luna, por lo que por consiguiente, el Sol tenía que ser mucho más grande. Lamentablemente, los trabajos originales se perdieron en uno de los diversos incendios que sufrió la Biblioteca de Alejandría, llegando sus estudios hasta nuestros días sólo por las citas y referencias aparecidas en obras de autores como Plutarco o Arquímedes. ¡Y gracias!
Tras la aportación de Aristarco de Samos, la astronomía vivió una época de oscuridad donde ninguna autoridad en materia astronómica se atrevía a desmontar el modelo geocéntrico, teniendo que ser Nicolás Copérnico el que reavivase esta discusión en el s. XVI. En su obra “De Revolutionibus Orbium Coelestium” el polaco presenta una discusión completa de un modelo heliocéntrico del universo, de un modo muy parecido al usado por Ptolomeo en su obra “Almagesto” para presentar su modelo geocéntrico. A diferencia de sus predecesores, el valor de la obra de Copérnico reside en que lo sustenta geométricamente en detalle con observaciones astronómicas y tablas que permitían calcular posiciones futuras y pasadas de estrellas y planetas.
Teniendo en cuenta todo lo anterior y sabiendo que otros antes que Galileo esgrimieron ya la posibilidad de que el Sol fuese el centro del universo, ¿qué fue realmente lo que hizo que Galileo casi acabase con sus huesos en la hoguera? Conocidos por todos es el apoyo incansable al copernicanismo y numerosas las pruebas aportadas en favor del modelo heliocéntrico (sin ir más lejos, Galileo fue el primero en describir las manchas solares, lo que venía a acabar con la falsa percepción de la perfección de los cielos que mantenían jesuitas como el Padre Apelles, pseudónimo bajo el que realmente se escondía Christoph Scheiner), pero no parece un motivo lo suficientemente importante como para que se viese las caras ante el Tribunal del Santo Oficio, por muy férrea defensa que hiciese Galileo del modelo heliocéntrico propuesto por el polaco.
Ciertamente debo admitir que comparto la visión de Bertrand Russell sobre los motivos que llevaron a Galileo ante la Inquisición. En palabras del filósofo, matemático y escritor británico (Premio Nobel de Literatura en 1.950): “el conflicto entre Galileo y la Iglesia Católica fue un conflicto entre el razonamiento inductivo y el razonamiento deductivo. La inducción, basada en la observación de la realidad, propia del método científico que Galileo usó […] ofreciendo pruebas experimentales de sus observaciones, […] frente a la deducción, sustentada en última instancia en argumentos basados en la autoridad, bien de filósofos como Aristóteles o de las Sagradas Escrituras”. Digamos pues que, como Russell, soy de los que confía en que se debió a la rebeldía de Galileo contra el conformismo intelectual y científico que pretendían imponer los jesuitas, pues aunque sin pretenderlo, acabó convirtiéndose en el representante de los círculos intelectuales contrarios a la forma de pensar que fomentaba la citada orden religiosa. Algo tremendamente subversivo y revolucionario (la ciencia siempre es motor o catalizador del cambio) si tenemos en cuenta la época en que vivió Galileo.
Hoy día nos seguimos acordando de Galileo gracias a sus importantísimas contribuciones científicas realizadas (habría que destacar la de otros astrónomos como Kepler o el ya mencionado Copérnico). Sin embargo, fue Galileo quien inició la ciencia moderna e influyó decisivamente a la hora de propiciar el cambio de paradigma tanto en la astronomía (con el paso del geocentrismo al heliocentrismo) como en la metodología de trabajo en otras disciplinas, al poner las bases del que posteriormente se conocería como “método científico”. Sin ir más lejos, el “Diccionario de Filosofía” de Ferrater asegura que “el estudio de los trabajos experimentales y de las formulaciones teóricas de Galileo es importante, sin embargo, no solo para conocer el origen de la filosofía natural moderna sino también para comprender el modo como se pasa de un paradigma conceptual a otro. Por este motivo Galileo es un caso ejemplar, cuyo examen detallado lleva a replantear los problemas capitales de la teoría científica, la filosofía de la ciencia y la epistemología”.
En román paladino, probablemente estemos ante el padre de la ciencia moderna, tal y como lo calificó Albert Einstein. Y el padre de la ciencia moderna se merece una portada de un álbum como la de Haggard y un disco conceptual. Se merece eso y mucho más, pero lamentablemente la ciencia está tan denostada que el logro más pequeño supone una gesta similar a cuando Julio César se decidió a cruzar el Rubicón.
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