Entras en una tienda de ropa, suena el último álbum de Rosalía, andas por la calle y hay un grupo de adolescentes escuchando Bad Bunny, coges el autobús y está sonando Los 40-classic, y eso sin tener en cuenta lo que escuchas de motu proprio. Toda esta exposición constante a la música ¿podría afectar a nuestra salud?
Nuestros ancestros creían que la música tenía el poder de armonizar nuestra alma de una forma inalcanzable por la medicina tradicional. En la antigua china, uno de los primeros usos de la música fue la curación, es más, el ideograma que representa “medicina” deriva del ideograma “música”. Desde entonces, la música se ha empleado como terapia complementaria a la medicina tradicional, principalmente para disminuir el estrés o mejorar el estado de ánimo, pero también para recuperar algunos recuerdos en pacientes con la Enfermedad de Alzheimer o disminuir los temblores en la Enfermedad de Parkinson. Sin embargo, la terapia musical está centrada en los gustos y costumbres musicales del paciente y por tanto es subjetiva y poco reproducible, lo que dificulta su implantación en los hospitales.
En vista de eliminar o disminuir las limitaciones que presenta la musicoterapia, surge el interés por estudiar las características físicas de las ondas que conforman los sonidos y sus efectos sobre los organismos vivos, a esta ciencia se la conoce como “mecanobiología”. Así, se ha visto que la aplicación de ondas simples, frecuencias concretas, y ondas complejas, como la música o el ruido blanco, alteran la fluidez de los fosfolípidos de la membrana celular y, por ende, las proteínas que contiene, lo que se ha visto que resulta en una mayor migración y proliferación celular en cultivos celulares, características presentes en las células cancerígenas. También se ha observado que incrementa la velocidad de crecimiento de las plantas y regula la expresión de ciertos genes. En este contexto, nos planteamos si las ondas complejas periódicas, o la música, sería capaz de influir sobre el desarrollo del cáncer cerebral, concretamente sobre el glioblastoma.
El glioblastoma (GB) es el tumor cerebral más común y agresivo del Sistema Nervioso Central, según la Organización Mundial de la Salud, con una media de supervivencia de 14 meses tras el diagnóstico. Se origina en las células de glía, el segundo grupo celular que aparece en nuestro cerebro junto a las neuronas, que van a crecer de manera descontrolada emitiendo unas prolongaciones de su membrana celular, denominadas microtubos tumorales (MT), para rodear las neuronas sanas adyacentes, robarles proteínas y permitir el crecimiento del tumor.
Juntando las características biológicas del tumor y las características físicas de las ondas sonoras, planteamos la hipótesis de que las ondas de alta frecuencia serían capaces de contraer los fosfolípidos de los MT y, por tanto, disminuir la constante internalización del Receptor del Factor del Crecimiento Epidérmico (EGFR), localizado en los MT y encargado de iniciar una ruta de señalización que desemboca en el crecimiento descontrolado de la glía.
Para resolver esta hipótesis empleamos como modelo de investigación a Drosophila melanogaster, comúnmente conocida como la mosca de la fruta, porque tiene un ciclo de vida corto y bien definido, con gran cantidad de descendientes. Su sistema auditivo está altamente conservado con el del ser humano y contamos con las herramientas genéticas necesarias para inducirle un GB.
Tras inducir o no el GB, expusimos las moscas a 4 condiciones, durante 7 días desde que son embriones:
- Ondas complejas periódicas con mayoría de frecuencias graves: el 1º movimiento de la Sonata op.27 nº2 de Beethoven;
- Ondas complejas periódicas con mayoría de frecuencias agudas: el Arabesque1 de Debussy,
- Ondas complejas aperiódicas: Ruido blanco que genera un incubador. 4) Sin exposición sonora, tanto a los individuos sanos como con GB.
Pasados estos 7 días extrajimos el cerebro a las larvas en estadio III y cuantificamos el número de células gliales tras realizar una técnica conocida como inminohistoquímica: marcamos las células gliales con un anticuerpo denominado anti-repo, para su visualización utilizamos un segundo anticuerpo unido a un fluoróforo que emitía en rojo lejano, Alexa-ms-647. Los resultados obtenidos mostraron que en los individuos expuestos a la música (ondas complejas periódicas) disminuía el crecimiento del tumor, su número de células era similar al de los individuos sanos. Sin embargo, se observó que con la exposición al ruido blanco se mantenían las capacidades proliferativas del tumor. Por último, resaltar que la exposición a la música no alteraba el número de células gliales en los individuos sanos.
Por otro lado, estudiamos si había disminuido la ruta de señalización iniciada por EGFR, la que va a dar lugar a la proliferación celular. Para ello miramos la expresión de los factores de transcripción que aparecen en mitad de la ruta mediante una RT-qPCR. Observamos una disminución en estos factores intermedios tras la exposición a las piezas musicales, independientemente de si tenían o no el GB. Es más, la exposición a las frecuencias altas (el Arabesque 1 de Debussy) igualaba la expresión de la ruta de señalización de EGFR de los individuos con GB a los individuos sanos sin exposición musical, por lo que la exposición a las ondas complejas periódicas disminuye señalización de la ruta de EGFR. [imagen 4]
En conclusión, la exposición a las ondas complejas periódicas disminuye el número de células gliales proliferativas en los individuos con GB debido a la disminución de la ruta de señalización de EGFR. Parece ser que la característica que más influye en estos resultados es la periodicidad de la onda y no tanto el estilo musical elegido, el ritmo o la armonía.
A modo de reflexión, el desarrollo de la tecnología ha revolucionado aún más el impacto de la música sobre nuestra salud. Con la invención de los reproductores de música portátiles y los auriculares, la música se ha convertido en una herramienta fácilmente accesible y personalizable para la relajación, la reducción del estrés y el bienestar emocional, ampliado aún más el alcance y la disponibilidad de música con fines terapéuticos. Por ende, las personas tenemos un mayor control sobre la música que nos afecta, siendo la exposición musical a la que nos vemos sometidos mucho más heterogénea que hace 50 años ¿puede esto correlacionarse con la heterogeneidad de este tumor cerebral?
Aún quedan muchas cuestiones que abordar, pero en este Trabajo de Fin de Master se muestra la importancia que tiene abordar las preguntas de forma multidisciplinar.