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Investigación en cognición canina

Investigación en cognición canina

Llamamos cognición al conjunto de procesos mentales que permiten la adquisición de información, su posterior valoración, almacenamiento y transformación en conocimiento o comprensión, y su utilización para la resolución de los problemas que plantea el entorno, para poder sobrevivir.

Dentro del estudio de la cognición animal, el perro resulta un modelo de estudio especialmente interesante, incluso si hasta hace relativamente poco tiempo, algo más de dos décadas, se había descartado, al considerarla una especie “artificial” (fruto de un proceso de domesticación). Todo cambió cuando, a finales de la década de los 90, comenzaron a realizarse estudios sobre la capacidad canina de atender e interpretar señales comunicativas humanas. Desde entonces, el estudio de la cognición canina ha sido un campo en constante crecimiento.

Algo que tiene lógica, no sólo por el impacto de esta especie en nuestra sociedad, para lo bueno y para lo malo, sino por varios otros motivos:

  • Los perros pueden ser un buen ejemplo de una evolución socio-cognitiva rápida dirigida por la domesticación: por experimentos realizados en Rusia con zorros plateados, sabemos que sólo hacen falta unas pocas generaciones dirigidas por la selección artificial, para producir cambios de conducta, hormonales y en la apariencia. De esta manera, se valora que la domesticación haya podido potenciar determinadas habilidades cognitivas para que los perros puedan adaptarse al ambiente humano.
  • Son una especie tan sociable como la nuestra, que vive, como decimos, en nuestro mismo entorno. Eso ofrece muchas posibilidades para ayudarnos a comprender mejor cómo somos, así como qué posibilidades de evolución convergente han podido darse.
  • Son, probablemente, el mejor candidato para estudiar la comunicación inter-especie, ya que este es un fenómeno que sucede de forma cotidiana entre humanos y caninos, mientras que es poco frecuente en el medio natural, y también poco habitual entre el hombre y las otras especies domésticas.
  • Permiten ser comparados con su ancestro salvaje, el lobo, pero también con otras especies domésticas. Resultan, además, a nivel práctico, “sujetos fáciles” para participar en estudios sobre la cognición, dada su buena disposición para cooperar con las personas, su adaptabilidad a situaciones nuevas, y la facilidad para motivarlos para participar (cosas que, con otras especies, como el gato, pueden resultar más difíciles). Además, la enorme variabilidad que proporcionan las distintas razas de perro, permite estudiar mejor las diferencias individuales en la cognición.
  • Por último, serían la especie más adecuada para los estudios de resonancia magnética funcional (fMRI, por sus siglas en inglés): en diversos laboratorios del mundo, numerosos perros han sido entrenados para permanecer quietos y tranquilos en aparatos de resonancia magnética. Otras especies utilizadas, como los roedores, suelen requerir una sujeción importante con el consiguiente estrés asociado. La resonancia magnética funcional nos permite ver qué zonas del cerebro se activan en determinadas situaciones, y resulta una de las escasas oportunidades para observar la conducta “por dentro”, en tiempo real. Además, la resonancia magnética funcional permite comparar la actividad cerebral entre distintas especies, en respuesta a los mismos estímulos.
Momento del entrenamiento para que un perro se sienta confortable en el aparato de resonancia. Foto: Eniko Kubinyi (Cortesía de la Universidad Eötvös Loránd en Budapest)

Momento del entrenamiento para que un perro se sienta confortable en el aparato de resonancia. Foto: Eniko Kubinyi (Cortesía de la Universidad Eötvös Loránd en Budapest)

Al margen de los estudios en que se usa la fMRI, la mayoría de las investigaciones sobre cognición canina se basan en situaciones de ejecución de tareas o resolución de problemas, en las que resulta fácil comparar con otras especies, como lobos o cerdos domésticos en el mismo contexto; en otros estudios, se valoran las capacidades de la percepción canina, exponiendo al animal a distintas situaciones, tales como ilusiones ópticas, y estudiando su reacción.

Aunque habitualmente estos estudios se realizan en laboratorios, ya sea con la participación de perros que viven como mascotas o bien perros allí criados (para tal fin), protectoras, o callejeros (nótese que cada colectivo tiene una historia distinta de experiencia con las personas), en los últimos tiempos está en auge la llamada ciencia ciudadana o Citizen Science, en la que ciudadanos normales participan desde sus casas, con sus mascotas. Así, recientemente se ha pedido la colaboración ciudadana para investigar científicamente una situación que se hizo viral hace 2 años en Youtube: El challenge ‘What The Fluff’, en el que se grababa la reacción de perros domésticos al ver a sus propietarios desaparecer detrás de una manta, como en un truco de magia. Esta chocante y divertida situación involucra, en realidad, una capacidad cognitiva llamada “permanencia de objeto”, es decir, la manera en que se percibe que algo sigue existiendo (o no) cuando dejamos de verlo.

En el estudio de la cognición canina, podemos distinguir dos grandes bloques: la cognición no social y la cognición social. En la primera, se estudia cómo perciben los perros el entorno, la representación mental que de él se hacen, y cómo utilizan esto para resolver distintas tareas. En la segunda, cómo procesan y utilizan la información relacionada con las situaciones y compañeros sociales.

Dentro de la cognición no social, se han realizado, entre otros, estudios relativos a la capacidad de categorizar y formar conceptos, observándose que, por ejemplo, los perros serían capaces de distinguir categorías de objetos ej, diferenciar entre “juguetes” y “no juguetes” y clasificar objetos nuevos correctamente en esas categorías; o la ya mencionada permanencia de objeto, habiéndose comprobado que los perros presentan esta capacidad de una forma comparable a la de niños de unos 2 años de edad, de manera que se continúan haciendo representaciones mentales de los objetos que se ocultan, también si estos se desplazan, por ejemplo, dentro de un contenedor opaco. Otros estudios de cognición no social se centrarían en las habilidades para resolver tareas de manipulación de objetos, las capacidades de navegación espacial, el aprendizaje y establecimiento de relaciones causales, o los distintos procesos de memoria canina.

Sin embargo, el campo donde los perros resultan una especie verdaderamente interesante es el de la “cognición social”. Como ya se ha dicho, los perros se encuentran en una posición única, ya que establecen profundos vínculos con animales de otra especie, la nuestra, además de con la propia. Por eso, los perros se han revelado como una especie fundamentalmente predispuesta a atender y seguir nuestras señales, como la dirección de nuestra mirada o lo que señalamos con el dedo. Muestran preferencia por lo que nosotros señalamos incluso si indicamos la opción menos ventajosa (ej, el plato que tiene menos comida). Y también trasladan esta preferencia incluso si el que señala no es un humano, sino un coche teledirigido, siempre que el artefacto se haya comportado previamente de forma “social” con el perro (por ejemplo con movimientos dirigidos a facilitar ayuda al perro), en vez de moverse de forma errática. Esto indicaría que los perros están altamente predispuestos a detectar posibles compañeros sociales con los que interactuar y cooperar. Se distinguen por su especial receptividad para captar las señales ostensivas de los humanos, es decir, aquéllas que avisan de que lo que sigue a continuación es información de interés para el receptor.

Comparando la reacción ante el gesto de señalar entre perros y cerditos domésticos. Foto: Paula Pérez Fraga (Cortesía de la Universidad Eötvös Loránd en Budapest)

Comparando la reacción ante el gesto de señalar entre perros y cerditos domésticos. Foto: Paula Pérez Fraga (Cortesía de la Universidad Eötvös Loránd en Budapest)

También parecen ser capaces de tomar en cuenta la perspectiva de otros, de manera que se comportan diferente en función de si los otros les ven o no. Por ejemplo, son más capaces de robar comida delante del propietario si este no puede verlos.

Asimismo existen numerosas pruebas de que los perros reconocen e interpretan correctamente las emociones humanas, y pueden apoyarse en esta información para elegir si aproximarse o no a un objeto desconocido, o escoger el recipiente (en busca de comida) que causa emociones más intensas y positivas en los humanos que miran dentro de él. A partir de esa información sobre nuestras emociones, pueden mostrar conductas de consuelo ante personas que lloran, aunque se debate si esto podría ser una muestra de empatía o bien de contagio emocional.

Poseen, como algunas otras especies, la capacidad de recordar cómo tienden a comportarse los demás, lo que se denomina su reputación atribuida, y prefieren interactuar y cooperar más con las personas que, según su experiencia previa, se han mostrado generosas o cooperadoras con ellos. Incluso, parece que pueden realizar estas valoraciones de reputación también observando interacciones entre terceros.

Por último, respecto a la conciencia de sí mismos, no hay una conclusión clara, ya que no responden en la clásica prueba de la marca y el espejo, en la cual se anestesia al animal, se le coloca una marca roja en una parte de su cuerpo, se le expone ante un espejo y se observa si busca la marca en su propio cuerpo. Se trata de una prueba a la que, hasta ahora sólo los delfines y algunos primates han respondido bien. Sin embargo, sí dan muestras de reconocer y distinguir sus marcas olfativas frente a otras, y por otra parte, presentan memoria episódica (la que nos informa de que un evento sucedió, cuándo y dónde sucedió), para la cual se cree que sería necesaria una conciencia del yo.

Existen muchos otros ámbitos de investigación en la cognición social canina, tales como el aprendizaje por observación o las conductas prosociales; esperamos que, tras la lectura de este artículo, el lector se sienta motivado a poner en marcha sus propios procesos cognitivos para un pocoaprender más sobre este tema.


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Autor Silvia de la Vega

Veterinaria etóloga. Una de los 15 acreditados españoles por AVEPA en Medicina del Comportamiento.


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