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Ciencia y cultura de las enfermedades de transmisión sexual

Ciencia y cultura de las enfermedades de transmisión sexual

El concepto de “enfermedades de transmisión sexual” (ETS) nació para hacer referencia a aquellas dolencias que se adquirían por tener relaciones sexuales con alguien infectado. Clásicamente, se denominaron “enfermedades venéreas”, en relación con la diosa Venus, que, en la mitología romana, era la personificación de la belleza, la sensualidad, el amor y la fertilidad. Han estado con nosotros desde tiempos tan remotos que nos es muy difícil, de hecho, saber en qué época han sido más o menos prevalentes. Asimismo, el concepto de “enfermedad” también ha evolucionado mucho con el paso de los siglos y, por su carácter inherente al ser humano, todavía es muy complejo de definir. Actualmente, la Organización Mundial de la Salud ha ampliado la definición, considerándose también las dimensiones social y anímica/psicológica, lo cual no hace menos subjetivo el concepto de enfermedad, pero, por otro lado, nos obliga a entender las Enfermedades de Transmisión Sexual como “Infecciones de Transmisión Sexual” (ITS), ya que muchas “enfermedades” no tienen un carácter infeccioso.

Las ITS, pues, son generadas exclusivamente por agentes microbiológicos (virus, bacterias, hongos parásitos) cuya vía predominante de propagación es el contacto sexual. De algunas de ellas se tiene constancia histórica, como la gonorrea (ya documentada en la Edad Media) o la sífilis (presumiblemente descrita por Hipócrates en el siglo V a.C.). Son ocho las infecciones más importantes en cuanto a incidencia: la sífilis y la gonorrea, ya citadas; la clamidiosis; la tricomoniasis; la hepatitis B; el herpes simplex; el síndrome de inmunodeficiencia adquirida y el papiloma humano. Las cuatro primeras son producidas por bacterias (Treponema pallidum; Neisseria gonorrhoeae; Chlamydia spp.) y protistas parásitos (Trichomonas vaginalis) y todas tienen cura. Las últimas cuatro, en cambio, son producidas por respectivos virus y son incurables, aunque hay tratamientos que pueden atenuar o modificar los síntomas. Del virus del papiloma humano (VPH), por ejemplo, existe una vacuna que puede entorpecer su adquisición. Del virus del SIDA (VIH), cada vez hay más avances para bloquear su reproducción y hacerlo indetectable en las personas que lo portan, si bien estos tratamientos todavía están en desarrollo y no son eficaces con todos los pacientes.

Debido a todo ello, la profilaxis es el método más indicado contra las ITS, lo cual no se limita exclusivamente al uso del preservativo; muchas conductas sexuales entrañan riesgos inherentes a la contracción de una infección. Y es que aquí hibridan dos cuestiones distintas: la educación sexual y los avances científicos con las concepciones culturales de la sexualidad y su puesta en práctica. Está más que asumido que el ejercicio de la sexualidad no responde en casi ninguna cultura a, exclusivamente, la reproducción. De hecho, en algunos pueblos ni siquiera se tiene conocimiento de que las prácticas sexuales (concretamente, el coito) dé lugar, nueve meses más tarde, a un nuevo individuo. Las relaciones sexuales, así, tienen muchos más papeles en la sociedad. En algunas culturas (como en la Antigua Grecia) y sociedades tribales todavía actuales, funcionan como protagonistas en ritos de iniciación a la vida adulta (destacando aquí el papel de las relaciones homosexuales). En otras, como la antigua sociedad romana o, incluso, la nuestra, la sexualidad está revestida de un carácter lúdico eminente, asociado en muchas ocasiones a celebraciones.

La sexualidad y sus diferentes formas de expresión en la sociedad juegan papeles mucho más allá de la reproducción humana, como, por ejemplo, el placer y la diversión y los festejos, pero también la dominación, la conexión con los dioses o el paso a la vida adulta. Las ETS han acompañado a la Humanidad desde sus inicios y se vehiculan a través de las relaciones sexuales en las que hay intercambio de fluidos entre una persona infectada y una sana. La mejor forma de evitarlas es la precaución profiláctica.

La sexualidad y sus diferentes formas de expresión en la sociedad juegan papeles mucho más allá de la reproducción humana, como, por ejemplo, el placer y la diversión y los festejos, pero también la dominación, la conexión con los dioses o el paso a la vida adulta. Las ETS han acompañado a la Humanidad desde sus inicios y se vehiculan a través de las relaciones sexuales en las que hay intercambio de fluidos entre una persona infectada y una sana. La mejor forma de evitarlas es la precaución profiláctica.

A través de las relaciones sexuales de riesgo, se aproxima que un millón de personas en todo el mundo se contagian cada día. Según la OMS, 2016 registró 127 millones de casos de clamidiasis; 87 millones de casos nuevos de gonorrea; 6,3 millones de casos de sífilis; 500 millones de herpes simplex y más de 300 millones de mujeres afectadas por papiloma humano. En España, cada año se diagnostican unos 4.000 casos nuevos de infección por VIH. Y aunque el contacto sexual no es la única vía por la que pueden transmitirse las ITS (por ejemplo, el VIH se transmite a través de la sangre y el contacto entre heridas), el principal vector de todos ellos es el semen. A colación de ello, todas las prácticas sexuales que entrañen intercambio de fluidos genitales pueden funcionar de puente para microorganismos patógenos, riesgo que aumenta enormemente si no se conoce a la pareja sexual.

A raíz del brote de Zika que tuvo lugar en 2017, se detectó que el virus que producía esta enfermedad sobrevive en el semen humano hasta seis meses tras la infección, aunque dejase de estar presente a nivel sistémico a la semana de contraerse. Ese mismo año y a raíz de este hallazgo, los investigadores Salam y Horby, de la Universidad de Oxford, hicieron una revisión bibliográfica donde buscaron por más virus que persistieran en el mismo medio. El resultado arrojó nada menos que veintisiete viruses que, independientemente de su capacidad/incapacidad para replicarse prolíficamente en el semen, persistían en él. De manera simplificada, esto se debe a que los testículos tienen una característica inmunológica privilegiada, en tanto a que hay una frontera histológica que separa a las células madre productoras de espermatozoides del resto del cuerpo: la barrera hematotesticular. La razón de su existencia es que los espermatozoides, al ser haploides, pueden ser reconocidos por el sistema inmune propio como agentes ajenos al cuerpo y, por tanto, ser destruidos. De hecho, los defectos en la barrera hematotesticular son causa de infertilidad masculina. Por esta razón, los virus que son capaces de llegar a los testículos y atravesar la barrera, quedan a salvo de las defensas del cuerpo.

Estos mismos autores plantean, con su hallazgo, preguntas como cuántos de estos virus permanecen realmente viables en el semen, por cuánto tiempo y a qué concentraciones, con las implicaciones para el embarazo y la salud que de ello se derivan.  Probablemente, la presencia de virus en el semen humano es mucho mayor de la que se considera actualmente y, probablemente, muchos virus que no se consideran actualmente de transmisión sexual tengan en ello una vía más de propagación. De esta manera, aunque parezca mentira, el uso del condón o medio similar, puede proteger de una gran cantidad de infecciones, no siendo, entonces, un mero medio anticonceptivo (algo que no se puede decir del resto de anticonceptivos clásicos como la píldora o el DIU).

Es muy interesante considerar cómo los agentes patógenos se relacionan con el cuerpo del ser humano en vías de transmitirse, ya que lo que existe una fuerte presión evolutiva sobre ellos que los conduce a, digamos, la “mediocridad”: ni ser demasiado eficaces ni ser demasiado débiles. Un virus excesivamente exitoso en su invasión acabará por matar a su hospedador, que también es su principal vector. Por esta razón, los virus típicamente humanos están adaptados a ser mucho más fugaces y menos virulentos: ahora mismo, salvo si nuestro sistema inmune está comprometido o deprimido, es muy difícil morirnos de un catarro. En cambio, las grandes pandemias, como el ébola o la peste negra, han estado siempre vinculadas al paso de un patógeno típico de otra especie animal al ser humano. La peste negra, por ejemplo, era transmitida por las pulgas que vivían en las ratas (en las cuales no se manifestaba), mientras que era mortal en los humanos. Aunque su patógeno causal, la bacteria Yersinia pestis, sigue existiendo, se piensa que las presiones selectivas han cambiado el modo en que este microorganismo se relaciona con los humanos. A fin de cuentas, pasarse de exitoso (especialmente, en las bacterias) puede ser un suicidio evolutivo. El caso del VIH es un poco particular, en tanto que no es él el que mata a su hospedador, sino que se esconde en sus genomas y es la inmunodeficiencia que genera en él la que conduce a su deterioro.

infección gonocócica (gonorrea) por Neisseria gonorrhoeae vista al microscopio óptico. Se puede ver a las bacterias causantes de la infección como diplococos creciendo dentro de dos glóbulos blancos. Las manifestaciones principales de la gonorrea son una secreción purulenta a través de la uretra y la infertilidad femenina.

infección gonocócica (gonorrea) por Neisseria gonorrhoeae vista al microscopio óptico. Se puede ver a las bacterias causantes de la infección como diplococos creciendo dentro de dos glóbulos blancos. Las manifestaciones principales de la gonorrea son una secreción purulenta a través de la uretra y la infertilidad femenina.

Paralelamente, no es menos interesante considerar cómo culturalmente nos relacionamos con las ITS, a menudo tratadas como tabú (si ya de por sí la sexualidad es un tema espinoso del que se habla muy poco a nivel educativo). No solamente cunde una gran desinformación entre la población general respecto a las ITS y su gravedad o incidencia, sino que a nivel simbólico pueden adquirir un papel cuanto menos alarmante. Así, sumado a prácticas de riesgo como el mantener sexo esporádico con penetración con desconocidos o muchas parejas sexuales distintas, hay prácticas todavía más peligrosas como, por ejemplo, el llamado “bugchasing” (la búsqueda expresa de parejas sexuales infectadas por VIH con la intención de contagiarse) o la “ruleta rusa” (el mantenimiento de sexo en grupo donde uno de los participantes está infectado, sin saberse cuál de ellos es). Este carácter morboso, en cierto sentido también lúdico, sobre el VIH es atribuido, al menos en parte, a la satisfacción que subyace en la transgresión del tabú y de lo prohibido y, por otro, por tener un grupo social al que pertenecer. Hemos de reflexionar sobre esto en un mundo donde, para muchas personas, la pornografía es la única fuente de “educación sexual”. La mayor parte de las ITS se transmiten de manera involuntaria y por puro desconocimiento, lo que provoca que las conductas ligadas a este tipo de acciones resulten peligrosas.

En conclusión, a habida cuenta de que las relaciones sexuales siempre van a funcionar como vehículo de microorganismos (algunos de los cuales, patógenos o parásitos), se pone de relieve no sólo la necesidad de invertir más en investigación para conocer más acerca de la biología de nuestro cuerpo, sino también en educación sexual, sobre todo para la fracción adolescente de la sociedad, a menudo abandonada a su suerte en cuestiones de sexualidad.


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Autor Juan Encina Santiso

Profesor de ciencias, graduado en Biología por la Universidad de Coruña y Máster en Profesorado de Educación Secundaria por la Universidad Pablo de Olavide. Colabora en proyectos de divulgación científica desde 2013 como redactor, editor, animador de talleres para estudiantes y ponente. Actualmente, estudia Psicología por la UNED.


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