En nuestra anterior entrega diagnóstico-divulgativa sobre qué ha sido el virus del ébola, qué es y cómo nos lo han contado los medios de difusión masivos. En aquel breve ya contamos cómo se produjo el último brote, el que tuvo en vilo a la población occidental el verano pasado. Si recuerdan, expusimos como causa del fallecimiento del infante guineano a finales del 2013 el que se contagiase con el virus y contrajera la enfermedad tras juguetear con un murciélago de la fruta. ¿Pero cómo es posible? Procedamos a dar solución a esta pregunta.
Desde hace varios años se conoce que el reservorio natural del virus ébola se esconde en lo más profundo de la selva africana, concretamente en ciertas especies de murciélagos frugívoros como Epomops franqueti o Myonycteris torquata. Es en estos mamíferos alados donde el ébola tiene su ciclo natural, pasando de éstos a infectar a otros animales salvajes, entre los que se encuentran puercospines, chimpancés, monos o gorilas… y por supuesto el hombre. De hecho, para que se hagan una idea de cuán patógeno es, en otras especies de primates no humanos, como son los gorilas, se estima que este virus ha acabado con un tercio de la población de estos homininos de la tribu Gorillini en estado salvajes. De esta manera, el virus acaba pasando al hombre por medio del contacto con animales infectados por el ébola (en el caso del pequeño fallecido en Guinea, por contacto directo con el reservorio vírico según apunta todas las evidencias), y dado que en África se consume la carne de todos los animales anteriormente mencionados, tenemos la fuente de infección idónea. Estamos hablando en definitiva de una zoonosis típica, puesto que el virus se introduce en la población humana teniendo como vector el contacto directo y continuado con animales salvajes, como los puercospines, gorilas, antílopes, etc…
Dado que el virus no afecta a los murciélagos frugívoros ya que los elimina sin problema alguno, podemos pensar sin miedo a equivocarnos que el reservorio en sí no es el animal como tal, sino sus excrementos. Es decir, como en el caso del tétanos (Clostridium tetani) y las heces de caballo, estar cerca de manera continuada de los excrementos de estos murciélagos, aumenta el riesgo de contraer el virus ébola. Lo demás dejaré que lo hilvanen ustedes mismos. Basta conocer los hábitos y hábitats de los demás animales de los que hemos hecho especial mención en su relación con el virus.
Normalmente, y así ocurrió hasta este último brote, éstos eran casos muy localizados, tal y como se expuso en la entrega anterior, donde se afectaban siempre familiares y personas de la misma tribu. Como explicamos también en aquella ocasión, la forma de que se produjera de esta manera la infección respondía a la cultura de la zona y a los diferentes rituales funerarios que desarrollaban, en que despedían al fallecido con afectuosos besos, abrazos y caricias. De ahí que los brotes de ébola afecten principalmente a personas emparentadas y al personal sanitario, ya que al encontrarse indispuestos, éstos acuden al hospital. Como ya apuntamos en el breve pretérito, los síntomas del ébola se confunden con la malaria y finalmente se acaba extendiendo más de lo que debiera.
Ya que hemos mencionado la/s causa/s principal/es de transmisión del virus desde su reservorio, el murciélago de la fruta, hasta otros animales, así como también pasa de éstos al ser humano, falta tratar la piedra angular de todo este caso y por tanto, la que más controversia ha causado: ¿cómo se transmite el virus entre humanos? Sé que estarán pensado: “Eduardo, si has dicho que en África los familiares del niño fallecido se contagiaron y fallecieron por darle caricias y besos al difunto, ¿estás dando a entender que se transmite por propinarse besos y abrazos entre familiares y amigos?”. Aún me queda algo de cordura como para no hacer este tipo de afirmaciones. ¡Rudolf Virchow me libre!
El virus del ébola se transmite entre humanos a través del contacto directo con los fluidos corporales de una persona infectada, como sudor; sangre; orina; semen; vómito; heces o incluso la leche materna. El contagio se produce normalmente cuando las mucosas (boca, ojo, nariz, etc…) o pequeñas heridas producidas en la piel entran en contacto con los fluidos ya citados del individuo infectado. A pesar de lo que se ha dicho en ciertas tertulias televisivas por reputados periodistas estrellas, el virus del ébola ¡NO ES UN VIRUS RESPIRATORIO! y no se transmite por el aire, ni tampoco es un virus gastrointestinal que se transmite por la ingestión de agua o carne en mal estado (salvo si comemos carne de animales infectados con el virus, como ya hemos visto unos párrafos arriba). Tampoco hay evidencias de que el virus se transmita por mosquitos o cualquier otro tipo de insecto o artrópodo.
Como reproche a los medios de comunicación, les culpo por no ser capaces de transmitir a la ciudadanía que la probabilidad de que se contagiase por ébola sin haber estado en contacto directo con un paciente infectado es casi nula (digo casi, porque el riesgo cero en medicina no existe, permítanme esa licencia/precaución). Es más, la capacidad de transmisión del ébola es muy baja si la comparamos con otros virus como son el VIH, el sarampión, la gripe o la hepatitis, tan comentada estos días por la negación a los enfermos del fármaco Sovaldi. A este respecto cabe decir que los enfermos de hepatitis C que vemos manifestándose en la puerta de los hospitales de toda España se infectaron en su amplia mayoría a causa de transfusiones sanguíneas, ya que hasta el año 92 la sangre no se analizaba. Pero esto es otro tema, que me voy por la Sierra de El Castril.
“Muy bien, Eduardo. Si el virus no se transmite por el aire: ¿por qué hemos visto a los sanitarios españoles que atendieron al padre Pajares con mascarillas? ¿Crees que estudié para ser bobo?”, os estaréis preguntando. Espero que sólo sea eso y no os acordéis de mis ancestros hasta remontaros al ancestro común de todos los humanos.
La explicación es bien simple. Como hemos mencionado ya previamente, el virus del ébola no es un virus respiratorio, es decir, no lo vamos a contraer nunca como consecuencia de inhalar los patógenos diseminados en forma de aerosol tras la ejecución de actividades tan comunes como estornudar, toser o incluso durante el transcurso de una conversación con otras personas. Estrictamente, la transmisión de patógenos por aerosoles significa necesariamente que la partícula infecciosa es inspirada y penetra profundamente hacia la tráquea y los pulmones. Sin embargo, el que personal sanitario requiera el uso de gafas y mascarillas protectoras es para evitar que alguna de esas gotas de saliva o cualquier otro tipo de fluido corporal, cargadas de partículas víricas, entre en contacto con mucosas como la conjuntiva del ojo o la boca. En definitiva, el personal del hospital no transmitirá el virus por aerosoles a otra persona si estornudase éste en el metro o autobús durante el viaje hasta su lugar de trabajo, o lo que es lo mismo, no hay una cadena de transmisión aérea de la enfermedad entre personas, como sí ocurre por ejemplo con el virus de la gripe o el sarampión.
Mientras llega la tercera y última entrega de este serial sobre el ébola, pueden consultar el especial que llevó a cabo sobre este tema la revista Science, o bien la web de la Organización Mundial de la Salud si desea saber más al respecto.