Es lógico y certero comenzar este artículo realizando un viaje en el tiempo, un traslado momentáneo que permita la contextualización temporal de aquella época. A nivel nacional, España comenzaba la década de los cuarenta, mostrando la peor de sus caras, tras una guerra civil devastadora, era un país demacrado y arruinado, donde el hambre y la extrema necesidad serían la rutina de la mayoría de la población.
Estos marcadores sociales se multiplicaban a un ritmo vertiginoso cuanto más se acercaban al mundo rural, donde su presencia se sumó a todas las dificultades que ya conllevaba consigo el vivir en ese entorno hostil, totalmente segmentado, aislado y desconectado.
Si todo este panorama de pobreza y desigualdad lo geolocalizamos en un territorio como Sierra Morena, se crea entonces, el caldo de cultivo idóneo para la aparición de mecanismos de selección natural en la perpetuación de la especie. Con marcadores donde, la adaptación, el conocimiento, el manejo, la utilización o destreza en el medio natural serían los índices de supervivencia y desarrollo humano.
De manera intrínseca la cordillera de Sierra Morena crea su propio aislamiento natural, encontrándose delimitada por la meseta central al norte y la depresión bética por el sur, mostrándose como un paisaje cambiante, compuesto por gran variabilidad de áreas litológicas de diferentes altitudes, dando paso a lomas, sierras, penillanuras o valles…
Foto paisaje típico de Sierra Morena
En este caso, para la creación de este artículo y siguiendo como referencia el esquema estructural de las cordilleras béticas, tomó como origen para la redacción, el límite entre los terrenos hercínicos incluidos dentro de la zona geológica de Ossa Morena, presentes en las provincias de Sevilla y Córdoba.
Mapa estructural de las cordilleras béticas
Es de recibo y sutilmente necesario fijar el territorio cuando se habla de etnobotánica, ya que esta ciencia junto con sus aplicaciones y vocabulario, siempre de forma vernácula, van enlazados fuertemente a cada región, al arraigo y traspaso de conocimientos a través de generaciones, dando pie a la cultura, costumbres e historia. Siendo a su vez directamente proporcional a la biodiversidad vegetal que coloniza y conforma las áreas de influencia para el progreso y extensión de la vida.
El primer ejemplo vital en cuanto al uso de las plantas lo encontramos en la fabricación de techumbres, sombrajos, ranchos o chozas, que se asimilaban a lo que conocemos como vivienda. Hay diversidad de usos de estos elementos a lo largo del territorio y casi siempre su fabricación dependía de la estacionalidad y tiempo de asentamiento en él, ya que no debemos hablar de una población sedentaria, fijada en un único paisaje, la imposibilidad de transporte mecánico establecía la adaptación según los requerimientos temporales del ganado, agricultura o trabajos forestales. Muestra clara de ello son las temporadas que pasaban los corcheros, algunos junto con su familia, arranchados en el tajo, buscando zonas de sombra entre encinas y monte tupido durante la época estival.
Son muchas las plantas relacionadas con el uso en el hogar, tanto para la propia construcción como para el desarrollo de tareas diarias como la higiene o el mantenimiento. Encontramos varios ejemplos de especies como la charneca (Pistacia lentiscus), brezo (Erica sp),
Brezo, Erica arborea
Este hecho muestra un territorio que ha girado en torno a la presencia de agua abundante, por lo que la sed no ha sido determinante, pero en su lugar, el hambre si acusaba fuertemente la vida en aquella época. Reflejo claro lo encontramos en los guisos, aderezados con cocina verde, lengua vaca o acerones (Rumex sp), con el afán de no llenar el estómago sólo de líquido, aunque a veces, si había suerte y los gusanos sacados de los tallos secos del garbanzuelo (Erophaca baetica) cumplían el objetivo, se podía echar a la olla algún que otro pajarillo, ya que estos estado larvarios eran utilizados como cebo para las perchas y costillas.
Tal y como se vislumbraba el percal, no era extraño asumir la inexistencia de caprichos y ostentaciones como el café o el tabaco, estos eran productos relegados sólo para gente pudiente. Una situación que con el conocimiento de la naturaleza y experimentación directa se intentaba solucionar, en este sentido, podíamos encontrarnos con sucedáneos del café hecho con frutos amargos como la bellota de coscoja (Quercus coccifera) o purgantes como las semillas tostadas de brusco (Ruscus aculeatus).
Foto Ruscus aculeatus
Sin lugar a dudas, la adaptación a la estacionalidad del clima ha mostrado gran diversidad de usos de una misma especie vegetal, claro ejemplo son los diferentes usos de la jara pringosa (Cistus ladanifer). Cuando las temperaturas eran bajas servía de soporte vital para fabricar picón, aportando durabilidad y alto poder calorífico en el hogar, pero sin embargo, cuando apretaba el estío era común utilizar los brotes jóvenes a modo de plantilla en el zapato, evitando así la aparición de hongos con la sudoración del pie.
Foto brotes jóvenes Cistus ladanifer
Siguiendo el hilo de la salud, difícilmente se podía imaginar la asistencia a médicos en aquella época y mucho menos la adquisición y disponibilidad de medicamentos, por lo que los remedios naturales eran la base primordial. Si nos centramos en la aparición de pequeñas heridas o lesiones y episodios pasajeros de dolor, encontramos referencias claras en usos de plantas como: el poleo (Mentha pulegium) calmante en infusión del dolor de barriga, la árnica (Achillea ageratum) para los baños de pies cansados y doloridos, la gamonita (Asphodelus sp) cuyo bulbo se utiliza para la cura de sabañones, la celedonia (Chelidonium major) muy apreciada por su látex corrosivo de color amarillo que servía para la desaparición de pequeñas verrugas o el hipérico (Hipericum perforatum) con el cual se fabricaba ungüentos con propiedades altamente cicatrizantes de eczemas, ampollas o grietas.
Foto Chelidonium major
Del mismo modo que el acceso a la medicina era un lujo al alcance de muy pocos, si nos referimos a la belleza como cuidado corporal, aseo o utilización de perfumes y mejunjes, debemos referirlo a algo disponible solo para “seres supremos”. Pero para suplir esta situación, quienes conviven con la naturaleza siempre los salvaguarda su sabiduría y en este aspecto no podían ser menos. Las agallas de cornicabra (Pistacia terebinthus)
Foto agallas de cornicabra
Foto Rosmarinus officinalis
En definitiva y de cualquiera de las maneras, las plantas se definían por sí mismas como aliadas, recursos naturales que convertían en sabio y dichoso, a quien las tenía cerca y sobre todo las sabía manejar.
Esa destreza transformada en conocimiento no premeditado, era grabado a fuego de generación en generación, siguiendo la regla del ensayo y error. Y sin saberlo, sin tener constancia de ello estaban creando ciencia, lecciones aprendidas con una metodología marcada por el límite de su propia existencia. Pero que sin lugar a dudas ha sido la causante y punto de partida, en gran medida, de nuestro desarrollo y esperanza de vida actual, envuelta y arropada, como siempre compañeras, por el roce aterciopelado de la cultura y la historia.