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Biodiversidad invisible

Biodiversidad invisible

Crecimiento en cultivos de bacterias y otra microbiota intestinal.

Crecimiento en cultivos de bacterias y otra microbiota intestinal.

¿Realmente nos conocemos? ¿Somos conscientes de lo que albergamos? Nuestro cuerpo no podría bastarse por sí mismo para garantizar nuestra supervivencia, sino que depende del contacto e interacción continua con otros microorganismos en beneficio mutuo. A esto se le acuña el término de relaciones simbióticas.

Se estima que una “persona de referencia” (entre 20-30 años, con un peso de 70 kilogramos y 170 centímetros de altura) se compone de 30 billones de células, acompañado a su vez por 39 millones de bacterias que equivalen, como valor medio, a 2 kilogramos del peso corporal de éste.

Cabe aclarar que dichas cantidades de bacterias no están presentes en todos los tejidos del cuerpo y su presencia queda por tanto reducida a zonas como la piel y las mucosas del ojo, oído externo, tracto respiratorio superior (boca, nariz, nasofaringe, etc.), tracto digestivo (esófago , estómago e intestino) y parte del tracto genitourinario externo. Su localización determinada se debe a poseer órganos axénicos tales como los riñones, pulmones, corazón, hígado, páncreas etc., donde no puede hallarse ningún tipo de microorganismo por riesgo de infección, lo que afectaría notablemente a la salud del individuo y podría llegar a ocasionar la muerte.

La tesis doctoral  “Análisis taxonómico y funcional del microbioma humano mediante aproximaciones clásicas, moleculares y metagenómicas” presentada por el farmacéutico y doctor Raúl Cabrera Rubio en la Facultad de las Ciencias Biológicas de Valencia apoya que estas concentraciones bacterianas corresponden al término de microbiota humana, la cual queda definida en su trabajo como:

“Conjunto de microorganismos que viven asociados en distintas partes del cuerpo humano, siendo en la mayoría de los casos una relación simbiótica comensal con el hospedador, ayudándonos estos microorganismos en funciones vitales”

Por otro lado,  asienta la funcionalidad de esta microbiota en tres tipos. La primera de ellas como suministro de nutrientes esenciales (necesarios para el desarrollo de la vida y que no pueden obtenerse a partir de otras fuentes) facilitando procesos como la digestión del alimento, la producción de vitaminas y la detoxificación de compuestos. Como segunda función, aparece la capacidad de modulación del sistema inmunitario y nivel de respuesta frente a microorganismos patógenos. Por último, destaca la del antagonismo microbiano, basado en impedir el asentamiento de patógenos sobre el organismo para así evitar la posibilidad de colonización de la piel, por ejemplo, con lo que se evitaría procesos infecciosos subsiguientes (o derivados de la misma).

Pero no toda microbiota humana es similar, ya que ésta se encuentra adaptada a las necesidades diarias que requiere el organismo en cada momento, es decir, atendiendo a la dieta del sujeto variarán en abundancia los tipos de microorganismos. Por ejemplo, el muestreo e identificación de la microbiota intestinal de individuos de distintos países muestran diferentes porcentajes en cuanto al tipo de bacterias, ya que según esto, presentarán mayores capacidades de extracción de nutrientes sobre alimentos determinados.

Un artículo publicado por la revista Nature en 2.012 asegura que las mayores fuentes de energía para humanos y células microbianas serán aquellas cuya accesibilidad y metabolismo no sean muy complejos, adquiriendo vital importancia en esta parte los carbohidratos. Pese a ello, las enzimas humanas carecen de la capacidad de degradar los carbohidratos más complejos o los polisacáridos de las plantas, quienes entran dentro del grupo de  los carbohidratos no digeribles, entre los que se encuentran sustancias como la celulosa, xilanos, almidón resistente o inulina. En cambio, sí pueden ser fermentados en el colon por su microbiota con la finalidad de obtener el rendimiento necesario para así favorecer su crecimiento u obtener productos finales como ácidos grasos de cadena corta, entre los que se distinguen el acetato, el propionato o el butirato.

La microbiota humana se encuentra dominada por cinco filos bacterianos (Firmicutes, Bacteroidetes, Actinobacterias, Proteobacterias y Verrucomicrobias) y una Arquea (Euryarchaeota), mientras que entre los menos influyentes se hallan las Cianobacterias, Fusobacterias o Spirochaetes etc., cuyos géneros pueden actuar directamente sobre la fermentación de polisacáridos, en el metabolismo de los ácidos biliares o bien actuar en conjunto con el hospedador en el metabolismo de la colina. Sin embargo, disrupciones entre el metabolismo y la microbiota intestinal pueden afectar enormemente a la salud del individuo.

Es interesante conocer que cada individuo no nace con una comunidad bacteriana establecida, sino que ésta varía a medida que tiene lugar el desarrollo del sujeto, atendiendo a una serie de factores como la edad, la genética, condiciones ambientales o la dieta. Desde el primer momento, se producen marcados cambios en la microbiota humana. Durante lo tres primeros años tiene lugar el incremento de la diversidad y estabilidad microbiana, quien siguiendo el mecanismo de sucesión ecológica, alcanzará el estado de complejidad y madurez necesario. Por ello, son muchas las diferencias visualizadas entre individuos de distintas edades y es muy probable que éstas sean más notables durante las últimas décadas debido a la aplicación de medicamentos sobre los productos que ingerimos, ya que consiguen alterar su genética de nuestra flora bacteriana.

Además de este factor comentado, el tipo de dieta según la cultura puede tener un significado crucial para la microbiota intestinal, ya que, por ejemplo, una persona con una alimentación rica en proteína animal, aminoácidos y ácidos grasos saturados presenta mayores porcentajes de bacterias conocidas como Bacteroides que aquella con una alimentación basada en carbohidratos o azúcares simples, donde es más característica la presencia de bacterias como Prevotella. De igual modo, la microbiota puede llegar a diferir según el estado fisiológico del metabolismo, es decir, las personas obesas son propensas a poseer menos tipos de microbios en su intestino con respecto a aquellas que poseen un cuerpo más delgado. Esto también incluirá diferencias significativas en las tasas específicas y genes funcionales.

Como conclusión, es importante destacar la funcionalidad de aquello que no sólo nuestro organismo es capaz de formar, sino también de toda aquella diversidad oculta cuya presencia, sin ser verdaderos valedores de ella, garantiza el desarrollo óptimo del individuo.


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Autor Carlos Jesús Pérez Márquez

Estudiante de Grado en Biología. Apasionado de la microbiología y lo que no está al alcance de nuestra vista. Todo ello combinado con vida diaria saludable y guiada por la música.


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