La caries es la enfermedad más prevalente en el mundo. Un informe de la OMS del 2014 indica que una de cada diez personas padece o ha padecido caries. A pesar de que esta enfermedad está causada por bacterias, los científicos no han conseguido todavía erradicarla y, de hecho, la ingesta indiscriminada de azúcares la está empeorando en muchos países. Durante décadas, se ha intentado desarrollar una vacuna contra esta patología, pero los ensayos clínicos muestran que la caries es compleja y está causada por decenas de microorganismos, por lo que la inmunización tradicional, basada en neutralizar una sola especie, tampoco es efectiva. Nuestro grupo de investigación trabajaba en entender mejor el motivo por el cual algunas personas parecían resistentes a la caries. La mayoría de los grupos estudiaban los pacientes con caries, pero consideramos que la clave podría estar en centrarse en aquellos aparentemente inmunes. ¿Por qué hay personas que nunca desarrollan la gripe, a pesar de estar expuestas al virus? ¿Por qué hay individuos que nunca padecen caries, incluso sin cepillarse los dientes? Hace 10 años, una conversación intrascendente abrió una nueva esperanza para prevenir la caries de una forma sorprendente. Una persona que nunca había padecido caries comentó que su pareja sí tenía caries antes de la relación, pero que dejó de tener la enfermedad una vez comenzaron a salir juntos. Una tormenta de ideas de todo tipo empezó a brotar de aquella reunión, ¿podría ella pasarle algún efecto protector a través de los besos? ¿Se trataría de anticuerpos en la saliva? ¿Podrían ser bacterias beneficiosas que impidieran el crecimiento de los patógenos? ¿Podríamos hacer lo mismo si identificábamos el agente protector?
La idea de las “bacterias buenas” relacionadas con la salud humana es muy antigua. Los yogures, por ejemplo, contienen bacterias beneficiosas para el tracto digestivo, que han sido utilizadas desde hace decenas de años contra las diarreas y para disminuir la inflamación intestinal. Se ha probado que algunas bacterias estimulan el tránsito intestinal y otras estimulan el sistema inmunitario. En los años 90, un grupo de Nueva Zelanda buscó microorganismos en la garganta de niños que no padecían infecciones de garganta, y consiguieron aislar una especie que colonizaba ese nicho humano y eliminaba a los patógenos.
Todo ello condujo a la idea de aplicar estas bacterias saludables en cantidades apropiadas para mejorar la salud: es lo que conocemos como “probióticos”. Los primeros probióticos que recibe el ser humano están en el canal del parto, y los adquirimos al nacer. Los segundos están en la leche materna, que contiene decenas de bacterias beneficiosas que se incorporan a la boca e intestino del bebé. Es más, la leche materna contiene algunos azúcares que el ser humano no puede digerir, y que a lo largo de la evolución han sido seleccionadas con el fin de conservarlas y hacer que se desarrollen, favoreciendo sus funciones beneficiosas.
Todo este conjunto de microorganismos del cuerpo humano mantiene a raya a los patógenos (esto se puede observar en el efecto que tienen los antibióticos, por ejemplo, sobre las infecciones por hongos), sintetiza vitaminas que incorporamos a la sangre, detoxifica algunos compuestos, “entrena” y modula nuestro sistema inmunitario, influye sobre la eficacia de las medicinas que nos tomamos, e incluso nos sube o baja la tensión al producir moléculas inflamatorias o sustancias vasodilatadoras. Tanto es así que el conjunto de microbios del cuerpo humano, el llamado microbioma, se considera como el último órgano del cuerpo humano. Uno que estamos empezando a conocer, entender y modular a nuestro favor.
Streptococcus dentisani
Pero volvamos a la caries. El análisis de esta persona sin caries que podía transmitir inmunidad a su pareja reveló que contenía una frecuencia muy alta de lo que parecía ser una nueva especie bacteriana para la ciencia. Tras este “paciente cero”, 119 de 120 personas sin caries resultaron tener la misma bacteria. Tras meses de intentos, se logró cultivar la misma en una placa Petri. Se le hicieron pruebas bioquímicas, se le sacaron fotografías (imagen 1), se secuenció su ADN, y se comparó frente a otras especies conocidas, determinando en el 2014 que se trata de una nueva bacteria hasta entonces desconocida, que bautizamos con el nombre de Streptococcus dentisani (el nombre original, Streptococcus anticariensis, fue descartado porque en latín significa “natural de Antequera, Málaga”). La primera gran sorpresa con este microbio vino cuando lo cultivamos en la misma placa de cultivo frente a las bacterias causantes de la caries: alrededor de Streptococcus dentisani, un claro halo de inhibición mostraba que los patógenos eran destruidos por unas moléculas producidas por la bacteria anticaries, que funcionaban a modo de escudo protector (imagen 2).
Halo encontrado alrededor de Streptococcus dentisani
El nombre general para esas moléculas protectoras es bacteriocinas. El equipo decidió investigar sobre aquella bacteria beneficiosa y evaluar si podría utilizarse como probiótico para prevenir la caries. Se realizaron pruebas de seguridad en ratones, se comprobó que muere al paso por el estómago y que no produce ninguna sustancia perjudicial. Además, se hicieron pruebas para producirlo a gran escala en fermentadores; primero de un cuarto de litro, luego de 10 y 100 litros, y finalmente en Austria, en enormes contenedores de 1.000 litros, hasta que el coste de producción bajó a varios céntimos por dosis. La segunda gran sorpresa vino al comprobar que la bacteria anticaries es capaz de neutralizar el ácido (el causante de romper el mineral del esmalte). Otras bacterias que sobreviven al ácido lo hacen expulsando el ácido al exterior de la célula. Pero Streptococcus dentisani es un “altruista” convencido: cuando el pH baja por debajo de 6, activa su ruta de transformación de arginina en amonio y tampona el pH del ambiente, que vuelve a la neutralidad. Este doble efecto anticaries (antibacteriano y antiácido) ha revolucionado el mundo de la odontología, presentándose durante los dos últimos años en los mayores foros de este campo en el mundo: los Congreso de Caries en Atenas y Copenhague, los de Investigación Dental en Korea, Jerusalén y Londres, un foro de la FAO en Egipto… Dentistas de todo el mundo están cambiando su forma de pensar al darse cuenta que no todas las bacterias son perjudiciales y que las nuevas estrategias de control de la enfermedad deben tratar de modificar la placa dental para restablecer el equilibrio, sin destruir las bacterias beneficiosas.
El desarrollo de la bacteria anticaries está llegando a sus fases finales. La Consejería de Sanidad del gobierno valenciano apoyó la realización de ensayos clínicos con voluntarios, a los que se les aplicó Streptococcus dentisani en un gel sobre los dientes durante 5 minutos. Los participantes comprobaron cómo mejoraba el pH de su boca, cómo disminuía la inflamación de las encías y cómo se reducía la placa bacteriana que se formaba sobre los dientes. ¿Podría ser Streptococcus dentisani una posible solución para reducir la incidencia de caries? Nuestro grupo piensa que sí, y actualmente se trabaja para mejorar la viabilidad de la bacteria, para que pueda ser comercializada y mantenida a temperatura ambiente.
Aquellos besos anticaries con los que nuestra paciente cero curó a su pareja han servido de inspiración para desarrollar un nuevo producto que puede mejorar nuestra salud. Hace unos años, un grupo de investigación holandés realizó un experimento controlado con estudiantes del campus, recogiendo muestras de saliva antes y después de “besos intensos” de diez segundos de duración. Las técnicas genéticas demostraron que cada uno de esos besos transmite unos 100 millones de bacterias, entre ellas nuestro querido Streptococcus dentisani. Nunca antes pudo sostener la ciencia que el amor fuera tan beneficioso para la salud.