El tereftalato de polietileno o PET (del inglés PolyEthylene Terephthalate), es el componente principal que aporta resistencia a la degradación microbiana de las millones de toneladas de plásticos que son vertidos y acumulados diariamente en nuestros océanos, amenazando seriamente tanto a los ecosistemas como las especies que habitan en ellos. Es es responsable de que ya se comenta la frase:
“En 2050, habrá mayor cantidad de plásticos en nuestras masas de agua que especies marinas”.
Aunque en este artículo vamos a centrarnos en algo distinto que quizás te sirva para concienciarte acerca de su importancia. Tal vez no sepas que el mismo plástico que viertes, está llegando de manera inconsciente a tu cuerpo en forma de micropartículas a través de los alimentos que tomas, y que su cantidad, se va incrementando conforme asciende en la cadena trófica. Este proceso se conoce como biomagnificación, y tal es su importancia, que el 10% de las publicaciones científicas de la última década se centran en la búsqueda de soluciones para combatir dicho problema.
Según la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA), se consideran microplásticos a las partículas inferiores a 5 mm, siendo su pequeño tamaño el que facilite la rápida y fácil interacción con la biota marina en los distintos niveles tróficos. Gracias a ello, se van a distinguir principalmente dos tipos: los microplásticos primarios, que son aquellos fabricados directamente con esos tamaños; y los microplásticos secundarios, que son aquellos que proceden de la fragmentación de otros plásticos mayores.
Al presentar densidades tan variables, pueden ocupar diferentes áreas dentro de la columna de agua y de los sedimentos bentónicos (aquellos localizados en el fondo de los océanos). Por tanto, a medida que éstos interactúan con el plancton y las partículas de los sedimentos, corren el riesgo de ser ingeridos. Es aquí donde se localiza el verdadero problema, ya que los organismos carecen de los mecanismos necesarios para distinguir a sus presas de estos productos ni para digerirlos.
La alta concentración de plásticos en los océanos provoca que los organismos los confundan con presas y sean consumidos.
Por ello, para evaluar el proceso de transferencia trófica y los efectos toxicológicos de los microplásticos en los diferentes niveles tróficos, es necesario tener en cuenta factores como la abundancia de microplásticos en el ambiente, la características que influyen en su toma y absorción, el tiempo de residencia corporal y su bioacumulación en las especies.
Y ante tal problema medioambiental, ¿cuál podría ser la solución sabiendo que se desconoce cómo elaborar sistemas de recogida para estos microplásticos? Algunos aseguran que se trata de un conflicto con difícil solución en el presente, y que su remedio tardará en encontrarse; siendo pocos los que apuestan por un final positivo en este lance.
La probabilidad de encontrar ecosistemas vírgenes se vuelve cada vez más remota.
Una vez más está en la propia naturaleza una posible solución para tratar de mitigar los severos efectos causados por estas micropartículas, la bacteria Ideonella sakaiensis. Se trata de un individuo Gram negativo, aeróbico y no formador de esporas perteneciente a la familia Comamonadaceae de la clase Betaproteobacteria. Los microorganismos de este género se caracterizan por ser quimioorganotrofos, por lo que utilizan los ácidos orgánicos, aminoácidos y carbohidratos como fuentes de carbono. Curiosamente esta especie tiene la capacidad de degradar y asimilar el PET procedente de los plásticos vertidos en la biosfera y utilizarlo para su crecimiento.
La encargada de llevar a cabo el proceso de catalización es la enzima PETasa, que es expulsada al medio para romper las cadenas de PET y transformarlo en un compuesto ingerible por la bacteria, el MHET (mono-2hidroxietil-tereftalato). Posteriormente, en el interior del microorganismo actuará la enzima MHET hidrolasa, encargada de romper este compuesto, obteniendo monómeros sencillos derivados del petróleo que la bacteria empleará para alimentarse, como etilenglicol y ácido tereftálico.
Lo llamativo de este asunto es que el PET sólo existe desde hace 70 años, por lo que se supone que las enzimas de esta especie han debido ser seleccionadas de otras formas pre-existentes que mutaron en cepas no tan específicas a la hora de actuar y que han ayudado a facilitar esta rápida adaptación.
Gracias al descubrimiento de I. sakaiensis, se han recopilado ideas que ayuden a la acumulación de los plásticos en vertederos donde la bacteria pueda descomponerlos. Con ello se evitaría el vertido de plásticos a ríos que desembocasen en el mar y se depositasen en los fondos de nuestros océanos.
Esta medida se considera extrema debido al agravamiento diario de este problema y que puede llegar a someter a la biosfera a un “punto de no retorno”. Aunque es un posible camino para para reducir la contaminación por plásticos de los ecosistemas, la mejor solución parte de concienciar a la población si queremos llegar a conservar lo que la naturaleza puso a nuestra disposición para poder vivir.