Ya habrán advertido que me gusta el cine, se podría decir que me perturba. De ahí que haya decidido realizar un serial sobre síndrome curiosos, extraños o fuera de la cotidiano, ya que en definitiva no son más que perturbaciones del comportamiento, del metabolismo, bioquímicas, neurológicas, etc… He nombrado a esta serie de breves como la famosa película de Sidney Lumet, por la simple relación de que eran el mismo número de hombres los que juzgaban a aquel chico por el supuesto asesinato de su padre que el de entregas de este coleccionable. Pero tranquilos, que no es nuestra intención la de hacer de jurado de nadie.
Como ven, la primera entrega lleva por nombre “El increíble pene menguante”, parafraseando a otra película, “El increíble hombre menguante”, dirigida por Jack Arnold allá por 1957. A diferencia del protagonista del film, en el caso que voy a narrarles a continuación, la merma de tamaño no supone una prueba vital para el que sufre tal disminución (más bien podría decirse que moral). Por supuesto tampoco se produce ésta por una nube de indeterminada procedencia que envuelve al paciente en un halo de magia negra o hechicería.
Ya habrán sido capaces de averiguar que el síndrome que les voy a relatar tiene que ver con el tamaño del órgano reproductor masculino. En efecto, les voy a hablar del denominado síndrome de Koro. Si ya les adelanto que el vocablo “koro” en japonés significa “cabeza de tortuga”, irán haciendo sus averiguaciones y creo que pronto sabrán sin dificultad por quién doblan las campanas.
El síndrome de Koro es un trastorno que se cree específico de las culturas del sudeste asiático (ahora verán que no es del todo así), en el que la persona que lo manifiesta tiene el miedo o creencia irracional de que su pene o genitales (cuando no ambos) van reduciendo su tamaño y van introduciéndose en el interior del abdomen, de la misma manera que la tortuga es capaz de recoger en el interior de su acorazado caparazón su cabeza y extremidades. En esta creencia, cuando el pene se introdujese por completo dentro de la cavidad abdominal, el individuo fallecería.
Seguramente algunas chicas dirán: “A mi no me afecta. Este trastorno es propio del pensamiento falocéntrico de algunos chicos propios de aquellos países asiáticos, donde los jóvenes meten mano a los chicas en el metro y están obsesionados por el tamaño de su miembro viril”. Esto en parte puede ser cierto, lo dejo a su interpretación u opinión personal. Sí es conocido que muchas culturas asiáticas están afectadas u obsesionadas por lo que ciertos sexólogos ya han denominado “la media nacional”, pero este síndrome no es exclusivo de los hombres, ya que las mujeres también lo sufren y lo manifiestan por una desmesurada preocupación por el tamaño de sus pechos o pezones, así como de la vulva (que dicen sentir como se contraen o retraen).
En ambos casos se debe a una obsesión compulsiva por tener un busto más prominente o un pene de mayor envergadura. Los psicólogos aciertan a decir que la característica de este trastorno es mostrar unos atributos más grandes porque de esta manera entienden que su éxito reproductor o “fitness” aumentaría considerablemente o se mantendría intacto. Esta obsesión por mostrar unos atributos más grandes llega a tal punto que les lleva a buscar soluciones o tratamientos. Los hay desde quienes creen que el fruto de la reducción de su órgano sexual es motivo de un elevado nivel de estrés y deciden tomar acupuntura para solucionar su problema (ignoro si lo consiguen, pues los artículos que he leído no incluyen resultados a este respecto) o visitar al psicólogo para dar solución a su trastorno (los cuales acaban dejando de lado esta obsesión en un elevado porcentaje tras su visita a los profesionales de la Psicología) hasta quienes para contrarrestar la retracción en el tamaño de su pene o su pezón se cuelgan pesas de ellos con la esperanza de que vuelvan a sobresalir.
Finalmente, y antes de marcharme, decirles que no es un síndrome exclusivo de los países asiáticos, pues sin ir más lejos, hace una década se dió una oleada de afectados por el síndrome de koro en Jartum (Sudán). Así, en Septiembre de 2003, al menos un millar de varones sudaneses acudieron a los puestos de socorro sitos en esta ciudad convencidos de que una terrible enfermedad estaba haciendo encoger a pasos agigantados sus penes. Los afectados en esta ocasión tenían la convicción de que se trataba de una maldición que se transmitía por el simple hecho de darle la mano a un extranjero, quienes, según los relatos y descripciones de los afectados, encajarían dentro de la categoría de varones caucásicos centroeuropeos. El suceso tomó tal dimensión que la policía sudanesa y el ministro de sanidad del país tuvieron que tomar cartas en el asunto para solucionar los altercados que se producían en la ciudad. Sin duda, este caso es menos escandaloso que el que ocurrió en Singapur en el año 1967, donde el suceso llegó a tal nivel que se desató la histeria colectiva, puesto que decenas de miles de hombres llamaron atemorizados a la policía aseverando que su pene había sido robado.
A todo esto, y ahora que caigo… voy a comprobar a ver si sigo teniendo el mío en su sitio y que no me lo haya robado ningún afanador de lo ajeno… o me lo haya amputado el ataque de un condón asesino.